sábado, mayo 08, 2010

Notas cuánticas

El Principio de Incertidumbre de Heisemberg responde a las fórmulas:
Dq*Dp >= h/4pi.
q es la posición.
p es el ‘momento’ (m*v). Y h la constante de Plank.
D es la probabilidad de determinar p ó q (o lo que es lo mismo sus incertidumbres).
Y 'pi' es el número 'pi'.
También
DE*Dt >;= h/4pi
E es la energía y t el tiempo.

Schrodinguer hace un esfuerzo por construir una teoría de 'Ondas'. El gato ‘está o no está’ ¿Qué tiene que ver con el gato de Cheskshire?
La clave de la mecánica cuántica frente a la clásica está en el ámbito de las ‘cosas pequeñas’ (el átomo ocupa o mide distancias no mayores de la diezmillonésima parte de un milímetro). Las magnitudes medidas según la física clásica o newtoniana se ve ‘escasamente afectada’ por las cosas que sí afectan a las magnitudes cuánticas.
No hay justificación cuántica a la causalidad: ‘conociendo el presente se determina el futuro’.
La disposición en los intercambios de energía a nivel atómico no está determinada (Heisenberg) y por consiguiente dejamos el determinismo clásico (Newton) para pasar al ‘probabilísmo cuántico’. Dijo Einstein -al principio muy incrédulo ante la mecánica cuántica- que ‘Dios no juega a los dados’. Hawkins, una vez comprobado que la mecánica cuántica ‘explica’ las teorías de Einstein, repuso: ‘Dios sí juega a los lados y, además, sabe dónde tirarlos’.
En fin, las teorías newtonianas -si bien explican la casi totalidad de los fenómenos físicos- quedan invalidadas por cuanto que implícitamente admiten velocidades superiores a la de la luz y como ya dedujo Einstein estamos en un espacio ‘subluminoso’: nada hay tan veloz como la luz. Igual ocurre con la temperatura, que no es posible la existencia de valores inferiores a los -273ºC (Lord Kelvin).
En definitiva, la dificultad de entender la mecánica cuántica radica –a diferencia de la clásica- en que los fenómenos no pueden verse pues el ámbito en que se verifican sus determinaciones es tan pequeño que sólo es posible acercarse a él mediante la deducción. Eso sí, de estas deducciones se hace posible explicar arriba (grandes magnitudes) y abajo (pequeñas magnitudes) todos los fenómenos de la Naturaleza.
Feynman arrima el ascua a la incertidumbre y manifiesta que ‘lo que no está rodeado de ella, no puede ser verdad’ ó, algo equivalente: ‘el primer deber de un físico es admitir que él mismo está permanentemente equivocado’.
Y, pasando al plano sociológico, Heisemberg, deduce que la naturaleza de las cosas viene determinada por ‘la interacción del observador sobre ella’, lo que constituye una traslación, no sé si eficaz, del ámbito mecánico al filosófico y que da origen al oxímoron ‘la realidad es incierta’. De algún modo esta extrapolación la he visto considerada dentro de la fenomenología del discurso narrativo de Benet (ingeniero de caminos que también es escritor) quien experimenta en sus complicados y perfectísimos textos la imposibilidad de reducir a una sola idea todo su contenido; mostrando claramente que el flujo experimental del lector interactúa con lo dispuesto por el autor de manera abierta, no determinada, lo que constituye, a mi modo de ver, cierta relación entre la literatura y el fenómeno visto de manera cuántica.
Antes de toda medición no puede suponerse que una cosa tiene magnitudes definidas. Fernández Rañada expone que ‘la medida no consiste en descubrir un valor preexistente sino que, el acto de la medición hace que uno de los valores posibles se transforme en acto… y se manifieste’. Estamos viendo cosas con ropaje cuántico, así que si -por ejemplo- queremos medir la posición de un electrón y nos acercamos a él, ocasionamos suficiente perturbación como para impedir que conozcamos con exactitud cómo se moverá después. Y Bohr remata el argumento cuando afirma que de la naturaleza sólo podemos conocer ‘cómo se nos manifiesta cuando la medimos’. Por cierto, y ya que tengo su libro a mano, H M Enzensberger muestra cierto estupor cuando observa intentos de medición a la inteligencia humana: ni la inteligencia ni la estupidez, aun en sucesos muy evidentes, son susceptibles de medición absoluta; si acaso y en función de quien opina podemos establecer ‘probabilidades’ de que alguien sea presa de la estupidez.

3 comentarios:

TIUR dijo...

Brillante.
Resulta que Einstein se equivocaba, la velocidad de la luz no es constante.
Me permito recomendarte un libro que me ha gustado mucho. Se titula "Una breve historia de casi todo" y su autor es Bill Bryson.
Un abrazo.

Juan Guillamón dijo...

Einstein practicó la 'equivocación metódica' y pese a quien ahora manifiesta escenarios en donde la velocidad de la luz sea rebasada me interesa mantener mi fe en que nada hay más veloz que la luz, ni siquiera la atracción física de los cuerpos. Tomo nota de tu propuesta y compraré el libro de Bryson: me vendrá bien para intentar comprender algo, una gelepa, de la mecánica cuántica.

Juan Guillamón dijo...

Compré (y estoy leyendo el libro: todo un descubrimiento.

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