viernes, marzo 10, 2006

MEDALLA DE HONOR DEL COLEGIO DE INGENIEROS DE CAMINOS


DISCURSO DE AGRADECIMIENTO POR LA CONCESIÓN DE LA MEDALLA DE HONOR


Excelentísimos e Ilustrísimos señores.
Miembros de la junta de gobierno.
Miembros de la junta de decanos.
Amigos íntimos, amigos y compañeros

Me considero un producto típico de la Escuela de Madrid, de cuando ésta era la única de España para la formación de los ingenieros de caminos. Allí tuve la obligación de dar más importancia a la derivada contravariante del tensor de Riemann-Cristoffel que a las Instrucciones Técnicas de cualquier tipo cuya aplicación solventa las dudas del ingeniero. Y ello me llevó su tiempo. Lejos de abandonarme en la frustración lógica de esta traslación (sin duda improcedente) llegué a comprender que lo accesorio de los asuntos tiene, a veces, mayor relevancia que lo concreto. Enredado conmigo mismo, comencé a reflexionar sobre cuestiones menores, me vi envuelto en consideraciones filosóficas y terminé por convertirme en un diletante de la palabra, de manera que no siendo un escritor al uso he devenido en todo un redactor de las cosas tapadas. Esto es una actitud bien diferente de la que se exige al ingeniero clásico (reflexión, eliminación y propuesta) pues mi análisis de las cosas del mundo se fundamenta en todo lo contrario: que lo aparente oscurezca la realidad. Es decir, un tratamiento en el que, a modo de palimpsesto, lo accesorio supera lo fundamental. Y de ahí todo lo que de ello se deriva, de forma que me he convertido en el amanuense (no escritor) de los fantasmas que rodean mi realidad cotidiana, profesional o no. Los periódicos que publican mis reflexiones son esto: el soporte necesario para dar rienda a la obsesión onírica de ciertas derivadas co-contravariantes de mi formación académica.

Y esto es así, de tal modo que a veces me he sentido un intruso en esta profesión a la que tanto he amado. Primero suspirando por ella, después ejerciéndola con orgullo y entusiasmo, y muy al final, sumido en una profunda decepción. Una decepción muy lógica si tenemos en cuenta que la única vez en mi vida que fui el primero (9, 6) en una de las infinitas listas que se exponen en el tablón de anuncios de la Escuela fue precisamente en la asignatura de Ferrocarriles. Casi 30 años después, el bloqueo automático falló miserablemente cuando circulaba un tren por las inmediaciones de Chinchilla y allí me dejé carne de mi carne y carne de mi alma. Sin embargo, he aceptado con optimismo mi nueva situación, lo cual que sin duda revertirá en una mayor dedicación hacía el Colegio al que podré, entre otros asuntos de menor interés, consagrar todo mi entusiasmo haciendo gala de amor sempiterno hacia el mismo. El joven médico valenciano que curó mis heridas me hizo dos advertencias. Una, que jamás nadie me viera llorar. Y dos, que los inteligentes se curaban antes. Para hacer honor a todos los ingenieros de caminos me sentí inteligente, y para demostrar cariño a mi mujer y a todas las tribus de mis hijos: los de Mariló, los míos y la de los dos, les ofrezco diariamente el ángulo más positivo del que soy capaz, de 90°, siempre ayunando lágrimas todos los días. Por eso casi, casi puedo decir que me siento feliz.

Me toca, a despecho de mis escasas virtudes, elevar más aún si cabe los méritos de mis compañeros José Angel Presmanes y Enrique Alarcón. Y lo hago con indudable gusto pues mi admiración hacia sus respectivas trayectorias es bien grande. Especial atención me merece José Ángel de quien me considero paisano total por parte de madre. Mis raíces más profundas se hunden en lo más alto de las montañas cántabras y junto a la Bahía de Santander, tierra de ingenieros de caminos, frente a Somo y Pedreña y siempre, eso sí, con el viento Sur de cara. Con José Ángel Presmanes he compartido mesas y reuniones de la Junta de Decanos y en él vi siempre el criterio firme, el rigor y la expresión admirable de grandes ideas, sin duda las que le ha llevado hasta el cenit de su carrera caracterizada siempre por la armonización de esas dos características tan propias del ingeniero de caminos brillante: utilización óptima de la técnica y suficiente capacidad de gestión. Director, vicepresidente, presidente, consejero delegado, consultor, profesor etc. son vocablos que aparecen repetidamente en su currículum y demuestran esa valía personal que le hace acreedor, sin ningún género de duda, a la medalla que hoy se le confiere.

Y por lo que respecta a Enrique Alarcón resulta palmario que el reconocimiento a la labor investigadora y docente es mucho más que la propia satisfacción de nuestro Colegio respecto de uno de sus grandes objetivos: la formación permanente, la puesta al día de los conocimientos técnicos más avanzados. Enrique ha sido organizador de Congresos, profesor en distintas Universidades Politécnicas, director de tesis doctorales, director técnico de proyectos que desarrollan obras de ingeniería civil. Académico -y aun presidente- en distintas Academias, tanto de ámbito nacional como internacional y Doctor Honoris Causa por la Universidad de Sevilla. En fin, un conjunto de méritos suficientes para que el Colegio pueda presumir de este compañero en el buen seguro de que es más el Colegio quien gana que el propio distinguido.

Para nosotros tres es una enorme satisfacción pertenecer a la ya numerosa lista de honor tan bien repleta de ingenieros insignes, todos ellos brillantes ejecutores de los planes que un día Agustín de Betancourt ideara, allá por los finales del siglo 18, para resolver los problemas técnicos que asolaban a una España retrasada respecto a los vecinos europeos. Digno sucesor de Feijoo, Betancourt lideró la cruzada intelectual contra la ignorancia que asolaba a España. Se mostró afrancesado en su actuación, copiando todo lo bueno L`Ecole de Ponts e Chaussés y trayendo a España los conocimientos de Navier y Monge. Los ingenieros de caminos somos hijos de la Ilustración y por tanto liberales en sus intenciones y conservadores en cuanto al acervo -tanto cultural como técnico que obra en nuestro poder-. Y son ya más de 200 años al servicio de las Admistraciones Públicas, circunstancia que justifica el anonimato generalizado del ingeniero autor de los proyectos, pues la vertiente pública integral del trabajo que desarrolla tiene siempre un autor destacado: la autoridad competente. No hay, pues, valoración continuada de los méritos del ingeniero por parte de los medios de comunicación (no especializados) ya que su trabajo –carente de firma publicitaria- tiene por objeto la materialización de los proyectos públicos. Bástele al ingeniero de caminos saber que ‘detrás de un supuesto político brillante, siempre hay un ingeniero eficaz’. Y siéntase reconocido con suficiencia cuando el Colegio, casa común de todos los ingenieros, reconozca los méritos individuales de algunos de sus componentes otorgándole la medalla de honor. Como quiero ser fiel a mis principios me veo obligado a decir que no me siento merecedor, en tanto en cuanto mis compañeros son Enrique y José Ángel, del honor que hoy se me rinde, pero agradezco (más bien turbado, hágase en mí esta medalla) con entusiasmo esta distinción porque, aunque sea por un día, me siento a la altura de los ingenieros de caminos que siempre he admirado, entre ellos: Torroja, los Sáenz Ridruejo, mi amigo Villar Mir, acaso Fernández Ordoñez, Florentino Santos, Rodrigo Baeza y tantos otros.
Y para terminar, quisiera aportar mi punto de vista respecto a la imagen que los ingenieros de caminos tienen fuera de su propio ámbito de actuación ya que, a diferencia de otros profesionales, la sistemática falta de consideración seriada de la actividad de los ingenieros de caminos por suerte no tiene mayor influencia en el ánimo del colectivo. Y todo ello, porque -pese a que ya son más de doscientos años de práctica profesional- el invento de Bethancourt todavía requiere disciplina, mucho entendimiento y disposición total para el servicio encomendado, de tal forma que la actitud servicial del ingeniero para con la Administración (y desde cualquier ámbito: funcionario, contratista o consultor) es casi una magnitud independiente de la variable información. Tal es el caso de que ciertamente a muchos ingenieros nos dé lo mismo que se hable o no de nosotros. Si acaso, y tangencialmente, podría esperarse de los medios de comunicación rigor en sus planteamientos, no dando opción a la confusión de las noticias relacionadas con lo que se supone interesa al ciudadano y limitando la responsabilidad del ingeniero a lo que es exclusivamente el ámbito de su actuación. El resto de los errores, que se asignen a quien corresponda. Esto es, la aplicación de todas las lecciones que nos impartieron en la Escuela las pongamos en práctica con el más alto sentido de la responsabilidad y que si hay que llevar Agua de un sitio para otro, lo hagamos sin que nos tiemble el pulso, y con el más absoluto respeto al futuro que nos ha de esperar, a nosotros y a nuestros descendientes. Así lo pienso y así lo digo, desde mi formación hidráulica, desde mi rigor como ingeniero y como tributo final a mi propia alma que recibe inyectiva y exhaustivamente (es decir, un auténtico automorfismo) el caudal, tal vez escaso, de conocimientos que le envía mi cerebro. Y que no nos pase como a Dédalo y su laberinto en donde crea el engaño y la confusión con las vueltas y revueltas de interminables corredores, igual que el río Meandro va y vuelve, sale a su propio encuentro y unas veces va en dirección a su cuna y otras hacia el mar abierto, con aguas que no conocen su destino, y así Dédalo llena de recodos los innumerables pasadizos de tal forma que él mismo está a punto de no encontrar la salida.

Gracias a la Junta de Decanos, a todos sus componentes porque me propusieron para esta distinción a la que llego confundido y turbado, al Grupo de Distinciones y Medallas, a su presidente Jesús Villanueva, a la Junta de Gobierno y a su presidente Edelmiro Rua, al anterior presidente, Juan Miguel Villar Mir y a todos mis amigos y asistentes a este Acto.

Madrid, 2 de Junio de 2004

JUAN GUILLAMÓN
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