lunes, diciembre 07, 2009

EL TEMPLO DE DEBOD

Para mí que una obra faraónica es una obra muy grande, muy grande, y que sólo sirve para la mayor gloria del que la promueve (un faraón, por ejemplo). Por consiguiente una gran obra que tiene como objetivo una extrema funcionalidad no es obra faraónica. Así, por ejemplo, la formidable presa de Asuán, pese a estar en Egipto, no es -bajo el anterior concepto- una obra faraónica. Tal extraordinaria presa dispone de una capacidad de almacenamiento de agua próxima al conjunto de lo que almacenan todas las presas existentes en España (unas 1.200). Sí, es cierto que la ocupación del terreno y el posterior desalojo de quienes habitaban en la región supuso en su día una alteración profunda en el biotopo considerado. Frente a ello debe reconocerse que la existencia de ese grandioso reservorio afectó de modo significativo a los más de 250 millones de habitantes que en este momento están protegidos de terribles inundaciones y extremas sequías, de manera que el control que supone Asuán sobre el Nilo, analizando sus pros y sus contras, es positivo. La presa, al sur de Egipto, provocó la afección de tesoros arqueológicos situados en la región de Nubia. A finales de los años sesenta -y próxima la terminación de las obras- la UNESCO constituyó el llamado Comité Ejecutivo para salvar los Monumentos de Nubia, realizando un llamamiento universal al que acudieron entre otros España, Holanda, Italia y Estados Unidos que formaron grupo para el salvamento de los monumentos de Nubia. El Comité Español colaboró en la excavación de los yacimientos allí descubiertos. En compensación por esta ayuda, Egipto a estos países regaló cuatro de los templos recuperados, correspondiendo a España el llamado templo de Debod. Situado hoy, y desde 1970, en Madrid. Tal templo fue trasladado, piedra a piedra, primero hasta Alejandría, en las inmediaciones de Suez; posteriormente, en barco, llegó hasta el puerto de Valencia y finalmente por tierra desde Valencia hasta Madrid, quedando enclavado cerca del Parque del Oeste, en una zona reconocida secularmente como el Cuartel de la Montaña. Esta acción, meritoria, tiene como consecuencia feliz para el ciudadano la observación directa de la recuperación exacta, piedra a piedra, de un templo cuya antigüedad data del año 1.500 a.d.C. Además, resulta interesante su exposición sin ningún tipo de barreras al público, constituyendo un verdadero tesoro arqueológico cuya conservación merece todo tipo de felicitaciones, sobre todo porque las acciones emprendidas para la consecución de este logro sí se hubo realizado en tiempos donde precisamente la opinión pública carecía de voz suficiente. No es el caso actual, en donde tal opinión pública supone un refuerzo, democrático y esencial, en la toma de decisiones por parte de nuestras autoridades políticas. Tal es el caso de la joya arqueológica descubierta recientemente en San Esteban con motivo de las excavaciones correspondientes a la ejecución de determinado aparcamiento de vehículos. El respeto ante tal hallazgo merece el esfuerzo por parte de todos para desmontar pieza a pieza y posterior traslado de las mismas a una zona en donde pueda ser observada (y disfrutada) por los ciudadanos, de manera que se pueda contemplar cómo fue la Murcia durante determinado periodo de la historia, una historia que refleja el paso musulmán por la ciudad a lo largo de un periodo de casi 400 años. No creo que nuestros arqueólogos tengan dificultad alguna en interpretar el cómo debe procederse ante esta ‘puesta en valor’ del conjunto arqueológico hallado. Cosas más difíciles se han visto, quizá cómo ha sido posible disponer el traslado de pinturas al fresco en determinadas ermitas (véase San Baudilio, en Soria) y, de modo más profundo, cómo el Museo Metropolitan dio con la tecla para disponer un conjunto de piedras llevadas desde España hasta Nueva York para constituir uno de los mejores motivos que hay para visitar tal Museo: los Cluster, los famosos Cluster, reedificados sin dificultad para disfrute de los visitantes.

Así pues, cueste lo que cueste, la reproducción exacta de lo encontrado bajo tierra deberá disponerse en altura de modo que podamos constituir un pequeño museo arqueológico para la mejora de la conciencia histórica del ciudadano murciano. Así no habría mayor inconveniente para que, una vez ejecutado lo dispuesto, pudieran continuar las obras del aparcamiento (a este respecto no quiero dejar pasar la ocasión de reafirmar determinada teoría bajo la cual la ejecución del aparcamiento no me parece adecuado. Esto procede de un anterior recuerdo que se produce justo en el momento en que se aprueba la ejecución de este mal llamado elemento de transporte. Elemento de transporte fallido, pues un aparcamiento más en el centro de nuestra ciudad más que un elemento favorecedor de la movilidad es un estructurador urbanístico, en este caso desestructurador urbanístico).

En fin, dos cuestiones. La primera, establecer la perfecta compatibilidad que ha lugar entre restos arqueológicos y aparcamiento de vehículos. La segunda, la fallida respuesta de nuestras autoridades para que en su día se autorizara la construcción de un aparcamiento en el centro de la ciudad. Y ya que esta segunda situación resulta irremediable, lo inteligente sería aplicar lo figurado en la primera cuestión.

Juan Guillamón

02/12/09 La verdad.

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