Fernando Roca (y Guillamón) me dice:
Perlmann, Perlmann, Perlmann....Oh, querido Juan, por fin reconoces que has escrito sin inteligencia. Más, no por ello, he de reconvenirte. Es tolerable, empero, pues este es el estilo al que propendes, aunque no por ello menos falso, casi todo lo que dices. Pero es intolerable que menciones a Nigel Kennedy al lado de Perlmann. Bueno, claro está, ambos son violinistas, como tú y Torroja soís Ingenieros y Victor Mature y Sir Lawrence Olivier eran actores. Por cierto, se me ocurre cierta analogía intrapolante, que diría Fernández Carvajal, resucitando a San Agustín. Sabes que Victor Mature, intentó entrar en un club de golf muy exclusivo de L.A. y el gerente tuvo que explicarle que no admitían actores, y que lo sentía mucho. Mature, se le quedó mirando y dijó, "No hay problema" añadiendo, "yo tengo cincuenta películas que lo único que demuestran es que yo no soy actor". He aquí, Maese Guillamón, la analogía intrapolante; te imagino intentando entrar en el Club de Golf "La Garapacha", con algún Gerente relamido con perjuicios de los que me atribuyes y diciéndole, "mire usted, señor Macanás, yo tengo sesenta obras que lo único que demuestran es que no soy Ingeniero". Más, para ser completamente coherentes, el anterior sainete requiere de premisa, digna de investigación, cual es la de que te hubieran sobrevivido sesenta obras. Hubo tiempos en que a Juanelo sobrevivieron sus inventos, a Vitrubio sus puentes, y a Echegaray sus obritas literarias, ("cuando estrena Echegaray, aunque haya peste, mejor se está en Bombay",) más en los tiempos que corren, no es inusual ver a los creadores de algunas obras desolados ante la muerte de la propia descendencia, cuyo óbito, puede producirse, no ya en la "pubertas", sino en pleno período prenatal, en el puerperio de la garantía y no mucho más allá del destete y, desde luego, sin esperanza alguna de llegar a la féliz y despreocupada etapa de los garbotazos.Yo admiro a los Ingenieros, no les persigo. A fin de cuentas, dime de otro cuerpo al que se cite en las Memorias del primo de Franco (omito página, de forma tan elogiosa por el General Latorre, entonces Delegado en la Confederación de no se qué cuenca, y haya conservado intacta la omnisciencia, la prudencia y el buen hacer.Por último, Guillamón, (no está bien que yo te trate cariñosamente de Juan, y tu con mala leche, a mí, de Roca) ardo en deseos de leer esa descripción babilónica del creciente fértil, en que pareces conceptuar tu antiguo despacho. Cuando lo hayas hecho, no olvides llamar a Howard Carter, el gran arqueólogo, y a la Enciclopedia Britannica, para abrir entrada, que proporcione a los "Guillamones" (entre los que me encuentro) una perspectiva más amplia que un carril en la Huerta una acendrada mala leche y una isla escocesa.
Perlmann, Perlmann, Perlmann....Oh, querido Juan, por fin reconoces que has escrito sin inteligencia. Más, no por ello, he de reconvenirte. Es tolerable, empero, pues este es el estilo al que propendes, aunque no por ello menos falso, casi todo lo que dices. Pero es intolerable que menciones a Nigel Kennedy al lado de Perlmann. Bueno, claro está, ambos son violinistas, como tú y Torroja soís Ingenieros y Victor Mature y Sir Lawrence Olivier eran actores. Por cierto, se me ocurre cierta analogía intrapolante, que diría Fernández Carvajal, resucitando a San Agustín. Sabes que Victor Mature, intentó entrar en un club de golf muy exclusivo de L.A. y el gerente tuvo que explicarle que no admitían actores, y que lo sentía mucho. Mature, se le quedó mirando y dijó, "No hay problema" añadiendo, "yo tengo cincuenta películas que lo único que demuestran es que yo no soy actor". He aquí, Maese Guillamón, la analogía intrapolante; te imagino intentando entrar en el Club de Golf "La Garapacha", con algún Gerente relamido con perjuicios de los que me atribuyes y diciéndole, "mire usted, señor Macanás, yo tengo sesenta obras que lo único que demuestran es que no soy Ingeniero". Más, para ser completamente coherentes, el anterior sainete requiere de premisa, digna de investigación, cual es la de que te hubieran sobrevivido sesenta obras. Hubo tiempos en que a Juanelo sobrevivieron sus inventos, a Vitrubio sus puentes, y a Echegaray sus obritas literarias, ("cuando estrena Echegaray, aunque haya peste, mejor se está en Bombay",) más en los tiempos que corren, no es inusual ver a los creadores de algunas obras desolados ante la muerte de la propia descendencia, cuyo óbito, puede producirse, no ya en la "pubertas", sino en pleno período prenatal, en el puerperio de la garantía y no mucho más allá del destete y, desde luego, sin esperanza alguna de llegar a la féliz y despreocupada etapa de los garbotazos.Yo admiro a los Ingenieros, no les persigo. A fin de cuentas, dime de otro cuerpo al que se cite en las Memorias del primo de Franco (omito página, de forma tan elogiosa por el General Latorre, entonces Delegado en la Confederación de no se qué cuenca, y haya conservado intacta la omnisciencia, la prudencia y el buen hacer.Por último, Guillamón, (no está bien que yo te trate cariñosamente de Juan, y tu con mala leche, a mí, de Roca) ardo en deseos de leer esa descripción babilónica del creciente fértil, en que pareces conceptuar tu antiguo despacho. Cuando lo hayas hecho, no olvides llamar a Howard Carter, el gran arqueólogo, y a la Enciclopedia Britannica, para abrir entrada, que proporcione a los "Guillamones" (entre los que me encuentro) una perspectiva más amplia que un carril en la Huerta una acendrada mala leche y una isla escocesa.
PD. Yo no sé si N. Kennedy es un genio, pero está claro que es el que más arcos jode. Tuyo siempre, tu primo putativo.
Y mi contestación es...
Sin inteligencia sí, pero esta sola vez, lo cual no quiere decir que mi paradójico invento (el de escribir sin aparente aptitud) tenga la intención de descartarlo en alguna ocasión en que, una vez más, deba rebatir tus argumentos, los cuales, aun plenos de juicio (aparente) acaso pudieran incomodar someramente mi agudeza de conocimiento, no exento en la generalidad de los casos de cierta vivacidad, tan típica de los ignorantes, como yo, siempre atentos a ilustrarse. Te quedaste corto, la distancia que nos separa a Torroja y a mí supera con mucho lo que hubiste establecido entre Mature y Olivier, mucho más, casi tanto como el inmanente y sideral recorrido que hubo, en su día, entre el talento de aquel pajarito del sexto (¡no fornicarás!) y tu candidez, luego obsesiva, con que presumías hacerle frente, cantarle las doscientas, cuando lo que en realidad hacías era nada de rien y poco más. Qué digo nada; no, lo que hacías era ¡dar cobertura! a sus tan interesados como escasamente escrupulosos vuelos, siempre en dirección noroeste-oeste un cuarto al norte, al norte que perdiste mucho antes de que el trigémino te convirtiera en tu propio esclavo.
No hay problema –dijo el pájaro, elevando el vuelo, quizá hasta la curva de nivel 200-, no hay problema. Y tú en tu despacho, aquella vez que te pudiste abrir paso por entre complementarios, informes y taludes. Tal vez te fuera por conveniente un largo periodo de reflexión, en solitario y preferiblemente solo, sin nadie en tu derredor que pudiera ser motivo de distracción en los soliloquios profundos que estarías en condiciones de fomentar, allá a lo lejos y en plena soledad. Ve al lago Ness, sube y baja por cuantas esclusas se te muestren; no intentes localizar al monstruo: ya no existe, se fue a medrar en otros lugares, se procuró harta descendencia e inventó esa ley del Hierro que figura en los partidos políticos (‘el que primero entra, antes que nadie manda,’). Dirígete, en dirección norte-sur, hacia la isla de Skye e imponte la condición de no perder demasiado tiempo en explorarla, excepción hecha del puerto-poblado-ciudad Portree. Antes de llegar allí, desde lun lugar en la Bahía de Broadford, podrás divisar un pequeño islote de no más de media hectárea cuya forma recuerda los hombros de alguien pretérito en el tiempo y difícil de identificar. Es lo cierto que tal isla parece una colina en medio de ese violento mar en donde se cuecen, más alto, las Hébridas. Guala Mam, eso es lo que parece, una colina con los hombros redondeados en donde una sola especie de animal puede habitar en ella. Llena de pájaros, gaviotas de distintas especies (entre las que destaca, entre otras, la denominada ‘guillemot’, de cuerpo blanco y negra la cabeza) y otros pajarracos no muy bien identificados pernoctan en Guillamon, topónimo celta y sin acento, en que aquel Guala Mam gaélico llegó a convertirse, para que tras un período de tiempo no definido diera lugar a un estirpe afincada en la France para, después, ni sabe cómo, algunos de sus menos presentables individuos dieran por concluido su periplo: unos en plan guillamunia (vascos) y otros, ya con la condición aguda que proporciona el acento, a lo largo del Mediterráneo. Por eso, jamás creí en el rey moro de Ricote; por el contrario, sí admiré la locura constructiva tuya, porque llevas el apellido Guillamón por motivos maternales.
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No puedo hablar de mis obras, ni escribirlas, porque su conjunto es un todo incompleto, y no sólo a los efectos del relamido art. 58 de la antigua Ley de Contratos. Pero tengo obras, de otro tipo, bien culminadas casi todas ellas. Una, por cierto, inacabable: la que tiene por objeto centrarte en tu destino, pues tu caletre de Guillamón es inasequible a cualquier asedio intelectual.
Nota.- En realidad, mi deseo era (y es)….hablar de mi despacho.
2 comentarios:
Con faldas (escocesas) y a lo loco.
De nuevo, Juan, pospongo su esperadísímo artículo sobre el despacho que ocupó como Jefe Servicio de Proyectos. Y digo ocupó usted, en frase algo exagerada y en clara licencia poético administrativa, pues no negará usted Guillamón, que cuando uno llama por teléfono a despacho oficial, y una voz, entre ultratumba y Juanito Valderrama, le espeta, enteramente circunspecta: "Le habla el contestador automático de Juan Guillamón Álvarez. En este momento no me encuentro en el despacho. Si se desea dejar algún mensaje conteste a la señal....". Reconocerá usted que la primera vez uno se encuentre perplejo, hasta el punto de repetir la llamada. No insistire en ello, si acaso apuntar que no sé si lo ha desactivado, cuando quizá no carezca de utilidad intemporal el invento.
Guillamón, lo de la "cobertura" es una bajeza impropia de un señor de Murcia, forjado en los Maristas, uno de los mejores Colegios de España, según se nos cuenta en La Verdad. Pero en el fondo se lo agradezco, pues pone de relieve que su desconocimiento sobre el principio de legalidad ha de ser emparejado a sus nociones sobre el arte violínístico. Porque, bien mirado ¿a qué llama usted cobertura? Pobres de nosotros, los simples chupatintas, los de los papeles, como usted menciona, al lado de tanto oropel y tanto pisto que se dan otros, con el culo hecho pepsi cola. Nos limitamos a recordar eso que se escribe en ese papel transitorio ("sic transit gloria mundi"), efímero frente a la arbitrariedad de cambiarlo, o derogarlo a capricho, (Kirchamnn, "tres palabras del legislador convierten Bibilotecas enteras en basura") que se llama la Ley. Pero lo nuestro no se ve. Lo que se ve son los puentes, las presas, los puertos y demás. Bien está. A mi me parece bien. No me quejo, pero cobertura es un término muy desgraciado. Pobres de nosotros. No tenemos influencia, además no debemos tenerla, ni nada parecido. Informamos, nada más. Unas veces acertamos y otras no.
Por último, me alegro que todavía se acuerde del artículo 58- es curioso como todos los Ingenieros se acuerdan con facilidad de él- como se recita el Padre Nuestro.
En cuanto a sus obras, es broma, hombre, claro que le sobreviven, Guillamón. Dios las guarde muchos años, y coadyuve a mantenerlas en condiciones frente al desgaste de materiales, tan feroz por estos lares.
Mi trigémino, por otra parte, es una desgracia. Pese a ello trabajo todos los días, pues me acuerdo del Talmud, "El hombre es un aprendiz, el dolor es su Maestro". No sé si esta cita le gusta, pues siempre adivine en usted cierto resabio, que no citaré, con el decoro que procuro ejercer para las cosas serias. Por cierto, Guillemin es apellido sefardí, aunque seguro que usted tiene cierta razón, y los Guillamones son chicarrones del Norte, hasta quizá señores bretones, recompensados con una isla por sus hazañas en Tierra Santa, ("donde la sangre manaba por las calles como si de ríos se tratáse"-Beaufort), con una extraña hijuela en Ricote y carril en la Huerta. Francamente, me trae al pairo.
Yo, por mi cuenta, me despido de esta nueva serie de insultos, agradeciéndole que se tome a mi persona como objetivo, pues esto me recuerda nuevamente el Talmud ("Quien salva a una persona salva al mundo entero"),pero créame, yo ya me he salvado, a tenor de los muchos sufrimientos que ya atesoro para mi corta edad, a los que, por cierto, espero no tener que añadir una larga ristra de improperios, producto del engrudo inextricable que en su persona forman la ambición, la mediocridad y una mediana conciencia.
P.D El desorden de un despacho, en contra de lo que usted cree, es buen síntoma. Ya lo advirtió O. W Holmes, "Quien tiene la Mesa limpia, es que lo tiene todo en los cajones". Pero oígamos también a Goethe, "Prefiero la injusticia al desorden". Usted elija.
Suyo, nada afectísimo.
Su primo putativo.
Gaviotas, islas y perplejidades: ¿De dónde, pues, el apellido Guillamón?
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