sábado, mayo 10, 2008

EL DESPACHO (4)



Fernando Roca, me dice....

Con faldas (escocesas) y a lo loco. De nuevo, Juan, pospongo su esperadísímo artículo sobre el despacho que ocupó como Jefe Servicio de Proyectos. Y digo ocupó usted, en frase algo exagerada y en clara licencia poético administrativa, pues no negará usted, Guillamón, que cuando uno llama por teléfono a despacho oficial, y una voz, entre ultratumba y Juanito Valderrama, le espeta, enteramente circunspecta: "Le habla el contestador automático de Juan Guillamón Álvarez. En este momento no me encuentro en el despacho. Si se desea dejar algún mensaje conteste a la señal....". Reconocerá usted que la primera vez uno se encuentre perplejo, hasta el punto de repetir la llamada. No insistiré en ello, si acaso apuntar que no sé si lo ha desactivado, cuando quizá no carezca de utilidad intemporal el invento. Guillamón, lo de la "cobertura" es una bajeza impropia de un señor de Murcia, forjado en los Maristas, uno de los mejores Colegios de España, según se nos cuenta en La Verdad. Pero en el fondo se lo agradezco, pues pone de relieve que su desconocimiento sobre el principio de legalidad ha de ser emparejado a sus nociones sobre el arte violínístico. Porque, bien mirado ¿a qué llama usted cobertura? Pobres de nosotros, los simples chupatintas, los de los papeles, como usted menciona, al lado de tanto oropel y tanto pisto que se dan otros, con el culo hecho pepsi cola. Nos limitamos a recordar eso que se escribe en ese papel transitorio ("sic transit gloria mundi"), efímero frente a la arbitrariedad de cambiarlo, o derogarlo a capricho, (Kirchamnn, "tres palabras del legislador convierten Bibilotecas enteras en basura") que se llama la Ley. Pero lo nuestro no se ve. Lo que se ve son los puentes, las presas, los puertos y demás. Bien está. A mi me parece bien. No me quejo, pero cobertura es un término muy desgraciado. Pobres de nosotros. No tenemos influencia, además no debemos tenerla, ni nada parecido. Informamos, nada más. Unas veces acertamos y otras no. Por último, me alegro que todavía se acuerde del artículo 58. Es curioso cómo todos los Ingenieros se acuerdan con facilidad de él, como se recita el Padre Nuestro. En cuanto a sus obras, es broma, hombre, claro que le sobreviven, Guillamón. Dios las guarde muchos años, y coadyuve a mantenerlas en condiciones frente al desgaste de materiales, tan feroz por estos lares. Mi trigémino, por otra parte, es una desgracia. Pese a ello trabajo todos los días, pues me acuerdo del Talmud, "El hombre es un aprendiz, el dolor es su Maestro". No sé si esta cita le gusta, pues siempre adivine en usted cierto resabio, que no citaré, con el decoro que procuro ejercer para las cosas serias. Por cierto, Guillemin es apellido sefardí, aunque seguro que usted tiene cierta razón, y los Guillamones son chicarrones del Norte, hasta quizá señores bretones, recompensados con una isla por sus hazañas en Tierra Santa, ("donde la sangre manaba por las calles como si de ríos se tratase"-Beaufort), con una extraña hijuela en Ricote y carril en la Huerta. Francamente, me trae al pairo. Yo, por mi cuenta, me despido de esta nueva serie de insultos, agradeciéndole que se tome a mi persona como objetivo, pues esto me recuerda nuevamente el Talmud ("Quien salva a una persona salva al mundo entero"), pero créame, yo ya me he salvado, a tenor de los muchos sufrimientos que ya atesoro para mi corta edad, a los que, por cierto, espero no tener que añadir una larga ristra de improperios, producto del engrudo inextricable que en su persona forman la ambición, la mediocridad y una mediana conciencia. P.D El desorden de un despacho, en contra de lo que usted cree, es buen síntoma. Ya lo advirtió O. W Holmes, "Quien tiene la Mesa limpia, es que lo tiene todo en los cajones". Pero oigamos también a Goethe, "Prefiero la injusticia al desorden". Usted elija.

Suyo, nada afectísimo.

Su primo putativo.


Y, yo respondo…

No te confundas, Roca, no me he sentido atraído, nunca, por la mediocridad. No es campo donde cultivo mis talentos. Y en cuanto a mi conciencia, ella no se caracteriza por lo mediano, lo ramplón y lo insignificante; al contrario, mi conciencia es laxa, ancha como lo es (o, quizá, lo hubo sido) Castilla. También, abierta y carentes de prejuicios como los que, por ejemplo, acaso me hicieran renuente a dirigirme a ti, hombre aquejado por dolores inescrutables pero existentes, hasta históricos, diríase. Porque tu historia es una historia de dolor, dolor producido por un desmedido afán de conocimiento hacia asuntos para los que no has sido especialmente bendecido, aun de haber contado con un cúmulo de bendiciones que sin embargo han quedado al margen de ti, ocupado como estás en resolver los problemas del mundo con pintorescas interpretaciones de cuantos cuerpos legales y doctrinas ad hoc (según tú mismo) se te han puesto por delante. Pero tu intuición presenta las suficientes fallas como para que, ¡de una vez por todas!, te hubieras planteado su continuidad. Las sendas y frondas que tu intelecto fabrica, en demasiadas ocasiones te dirigen a la conclusión vacía: te pierdes en la misma medida en que aquél, matemático con crédito en los comienzos de sus análisis y desbordado mental al fin, intentó comprender, booleano él, que siendo el conjunto vacío aquel que no contiene ni un solo elemento, por lo extraño que parezca, sí contiene uno: el elemento vacío. En esas estás tú, solo que en vez de reconsiderar tus equivocadas conclusiones, eres capaz (porque la inteligencia jamás te privó de recursos mil) de recomponer toda la teoría con tal de que tu conclusión apuntada preteridamente permanezca incólume. Eres, pues, el más tenaz de los músicos, letrados, diletantes y de hasta los ingenieros de complementos. Jamás desfalleces, ni aun ante el error evidente. Por eso, ahora y no antes, he llegado comprender que el análisis, nada certero, que te llevó a pronunciar tu frase más lamentable (No hay problema!) tuvo que ver con la confusión estúpida de adjudicar el carácter dominico a quien su fe le llevó a Guardamar, una vez confirmada su vocación marista.

El contestador del teléfono del jefe del Servicio de Proyectos, Construcción y Cumplimentación (a posteriori) de farragosos papeles por imperativo legal, lo desconecté hace casi un año con ocasión de una no prevista visita mía a la villa manchega de Chinchilla. Allí quedó para la posterioridad, con la panza llena de mensajes, pitos y flautas, en medio de un par de ‘walki-talkis’ en no muy buen estado.
Reconozco mi incapacidad para determinar las condiciones de la legalidad, si bien tú fuiste uno de los más grandes responsables de esta carencia que aún hoy me abruma. Del ‘no hay problema’ cuando me imaginaba en las interioridades de la ilegalidad más frustrante, hasta el ‘sí hay problema’ cuando Manning, Pitágoras y tú descalificabais la necesaria modificación de unas tareas, insistiendo con tozudez en una arbitraria interpretación de carácter complementario.

Fui un mediador (lo sigo siendo, de otro modo) y nada más. Los caminos con sus puentes que enjareté, no sin la ayuda inestimable de un colaborador cándido y eficaz, vigilantes y encargados, y contratistas avezados, magníficos ingenieros y mejores tratantes, no tienen sentido por sí mismos. El sentido toma valor en el justo momento en que las personas pueden dirigirse desde el inicio del camino hasta el final para hacer lo que su oficio le hubiere obligado. Esa es la cuestión.

En fin, me sucede como a ti, que el dolor, en todas sus modalidades ha sido mi mejor maestro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

GUILLAMON MEJORA (PERO DISTA DE LA CURA)

Bien, Juan, tampoco es para ponerse así, hombre. Si sabes que yo no me enfado, ni siquiera cuando se dice la verdad. El dolor es asunto interesante, cuando se vive en medio de la molicie, como en el momento presente. A ambos no ha arreado la vida. Por eso nuestra desfachatez, perdone usted, mi desfachatez, es un estadio superior y por eso lo que me gusta es leer "En las cimas de la desesperación", de Cioran. Me levanto para cogerlo, está a mi derecha, en la tercera leja. Lo bueno de los libros geniales es que no es necesario leerlos desde ninguna parte concreta. Por dónde los abras existe algo con sentido y profundidad. A los libros actuales les pasa lo contrario. Hay que leerlos desde el principio, como muchos periódicos, como tus artículos. La Verdad, sin embargo, es un períódico tan notable que incluso puede leerse al revés. Cioran no llega a tanto. Copiemos a Cioran, como si de la Memoria de un Proyecto se trátase, "Si la melancolía es un estado de ensueño difuso que no conduce nunca a una profundidad ni a una concentración intensas, la tristeza, por el contrario, es un grave repliegue sobre nosotros mismos y una interpretación dolorosa... Los espacios abiertos privilegian la melancolía, los espacios cerrados aumentan la tristeza". Por eso los funcionarios llevamos esa cara y hablamos de despachos, casi todos tristes y desesperados. Porque, en eso tienes razón, lo que se desespera es el despacho y no los funcionarios. Bueno, a veces también desesperamos, pero lo mismo que el resto de los mortales.
No sé cómo calificar tu figura literaria sobre Cándido, pero tengo otra: Ni Cándido, ni mucho menos Cordero, es el letrado Quintero. Como verás, mi afición a la criptografía literaria no se halla muy desarrollada. Qué le vamos a hacer.
Tienes razón, me han gustado muchas cosas en esta vida. Demasiadas, el problema es que las comprendo muy rápido, o por lo menos eso me creo y antes de llegar al final con una, ya estoy empezando con otra. Es mal asunto. Pero un día, leyendo el Talmud en una edición argentina, encontré una gran frase que me sirve de consuelo. "El que no sabe sabe a dónde va, es el que más lejos llega".
P.D. Y que te conste que sigo diciendo: "No hay problema".

Peligro

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