Fernando Roca, me escribe:
Veo, Juan, que andas escaso de visitantes y necesitas de mi participación para alimentar tu ego. Yo te proporcionaré la gasolina incendiaria. Verdaderamente, Juan, he de empezar por recordarte que efectivamente no cabe calificar de meninas -ni meninos- a los visitantes habituales de mi despacho, en el que tú, otrora, y menos otrora, mendigabas consejo para que no acabaran procesándote, ingenuo tú que crees que todavía existe el Estado. No hijo, el Estado se fragmentó como un fideo fetuccinni, de esos que tu amigo Feynmann gustaba de romper uno tras otro durante una noche entera, para demostrar que siempre que se doblan se rompen en más de dos partes, inventando la teoría de la fragmentación. Que digo en dos, en doscientas mil. En mi despacho no es que no ose entrar menina, es que no entra meninge sana, que es cosa distinta. En verdad, parece más una sala de venereas de esas de las peliculas de serie B, o de las novelas de Truman Capote. Es pequeño, peludo, y nada suave, como bien te consta. Me comen los papeles, esa horrible expresión que utilizan los analfabetos funcionales para describir los documentos.Y me comen porque todavía no me he domiciliado en el mundo de los cursos y de las Mesas Redondas en el que, por otra parte, ¿tú crees que me dejarían entrar? Mi compañero Eduardo Ponce me acompaña en el retrato, con pretensiones velazqueñas. Yo no estoy ufano, ni tengo pose pantocrática, ni siquiera de ser la version administrativa de cualquier obra de tu admirado Policleto. Se trata más bien del retrato interesado de un pintor con mala leche, alevosía, en cuadrilla -no diré cual- y con cierto grado de escalamiento, circunstancias agravantes, no se olvide. Es, en efecto, Eduardo Ponce, maestro, y en eso te equivocas, precisamente del arte taurino, pues el arte de meter un cuerno, no debe ser despachado con ligereza. Yo no he sido su discípulo, pues a la vez entramos, hará pronto 24 años, aunque mucho ha de aprenderse de su categoría personal, por mucho que nos separen otras cosas que a ti no te importan, y a él y a mí, todavía menos.Por cierto, Juan, ya sabes que si Gracíán tiene razón y "la reserva es la marca de la inteligencia", ¿tú crees que todo esto te conviene? A mi me da igual, en fin, ya sabes, tengo una neuralgía del trigémino, la columna jodida y no tengo un duro,y solo creo en Itzhak Perlmann, ¿qué más me puede pasar?, ¿qué me preñen? Pero tú....(Continuará).
Y contesto yo, sin reserva algun, sin inteligencia..
Sí, estoy convencido de que serías autorizado a participar en cursos y mesas redondas, al igual que yo, pero con dos condiciones (¿restricciones?) previas. Una, que lo hicieras en calidad de ponente. Y dos, que tus intervenciones más severas las ejecutaras sentado como tu admirado Perlmann. Así, de súbito, no sorprenderías a los inocentes inscritos en tales foros y podrías, sin duda, hacer uso de tu extenso caudal de conocimientos sin que nadie, excepción hecha de mí mismo (caso de comparecer a la vera de tu osadía), pudiera apercibirse de lo somero de tu puntillismo en materia científica. Y digo bien, pues una cosa es la técnica científica y muy otra la disciplina jurídica, ésa que tu dominas con precisión algo sobredimensionada. Al punto admito todo lo tuyo, lo real y lo imaginario, pues tu conjunción intelectual sabe apreciar aquello que más valoro: la accesorialidad, tan llena de incertidumbres. Si lo tuyo, reglado, debería ser el estudio exclusivo de las leyes y toda su objetiva jurisprudencia aplicada a resolver embrollos de la vida cotidiana de funcionarios mayas, aztecas y hasta incas, eso se corresponde, más bien, con el recorrido de un incierto itinerario para perseguir ingenieros…por doquier.
Lo confieso. El contenido casi total, de mi labor ingenieril-funcionarial consistió en ir detrás de los papeles que con insistencia -tan terca como fundamentada en particulares interpretaciones legales- me hacías rellenar, cumplimentar, enjaretar, completar, encajar… a fin de dar lustre administrativo-legal a la puesta en marcha de una tras otra unidad de obra, siempre a la voz (jamás por escrito) de todo el conjunto maravilloso y leal de los políticos que mandaron sobre mí y que yo jamás amé. Y tú que ’no hay problema’; y que la ‘j’ de Manning se mide en newton; y que los taludes te los mides a medias con Pitágoras; y que Morley no estaba solo cuando quiso medir velocidades inmedibles; y el trigémino, y las chaconas y hasta, ahora, el violinista sentado de Perlmann.
Yo nada sabía de este virtuoso, quizás por su contemporaneidad. Yo amé el estilo y juventud de Nigel Kennedy y su violín. Por cierto, puedes leer en la Wikipedia algo interesante: Yehudi Menuhin tiene en su haber dos circunstancias que nos unen: Tuteló a Nigel, de quien percibió enseguida que era un genio. Y regaló -o dio en depósito- su mejor violín a tu referido Perlmann.
Bueno, bien. Sí mendigué en tu despacho, pude entrar en él, a veces: cuando tú estabas. Te diré algo: aprecio más tu despacho que a tí mismo: es más real, yo diría que tú eres más tu despacho que propiamente tú. Es eso de las circunstancias que tanto ayudan, si las interpretamos bien, para deducir la realidad, incierta o no. Ese despacho no se ha resentido, al cabo de los años, de la ausencia integral de aquellos tomos, anejos, informes y pliegos que te llevaron desde el Norte sinuoso al Noroeste de tus obsesiones que hubiste compartido con interventores, amigos descamisados, escalímetros en ristre y fines de semana, a la grupa de un panda, navegando desde lo alto de El Capitán hasta postrarte de hinojos ante la Vera Cruz. No hay ya papeles del Noroeste, porque tu pretendida lucha contra el pajarito que volaba por encima de ti era demasiado desigual: Perdiste, y lo que es peor, contra un loco real más listo que tú.
No hay problema.
Continuará…
(Otro día le haré un canto a mi antiguo despacho: de largo, muy de largo, mucho más fértil que el tuyo).
Lo confieso. El contenido casi total, de mi labor ingenieril-funcionarial consistió en ir detrás de los papeles que con insistencia -tan terca como fundamentada en particulares interpretaciones legales- me hacías rellenar, cumplimentar, enjaretar, completar, encajar… a fin de dar lustre administrativo-legal a la puesta en marcha de una tras otra unidad de obra, siempre a la voz (jamás por escrito) de todo el conjunto maravilloso y leal de los políticos que mandaron sobre mí y que yo jamás amé. Y tú que ’no hay problema’; y que la ‘j’ de Manning se mide en newton; y que los taludes te los mides a medias con Pitágoras; y que Morley no estaba solo cuando quiso medir velocidades inmedibles; y el trigémino, y las chaconas y hasta, ahora, el violinista sentado de Perlmann.
Yo nada sabía de este virtuoso, quizás por su contemporaneidad. Yo amé el estilo y juventud de Nigel Kennedy y su violín. Por cierto, puedes leer en la Wikipedia algo interesante: Yehudi Menuhin tiene en su haber dos circunstancias que nos unen: Tuteló a Nigel, de quien percibió enseguida que era un genio. Y regaló -o dio en depósito- su mejor violín a tu referido Perlmann.
Bueno, bien. Sí mendigué en tu despacho, pude entrar en él, a veces: cuando tú estabas. Te diré algo: aprecio más tu despacho que a tí mismo: es más real, yo diría que tú eres más tu despacho que propiamente tú. Es eso de las circunstancias que tanto ayudan, si las interpretamos bien, para deducir la realidad, incierta o no. Ese despacho no se ha resentido, al cabo de los años, de la ausencia integral de aquellos tomos, anejos, informes y pliegos que te llevaron desde el Norte sinuoso al Noroeste de tus obsesiones que hubiste compartido con interventores, amigos descamisados, escalímetros en ristre y fines de semana, a la grupa de un panda, navegando desde lo alto de El Capitán hasta postrarte de hinojos ante la Vera Cruz. No hay ya papeles del Noroeste, porque tu pretendida lucha contra el pajarito que volaba por encima de ti era demasiado desigual: Perdiste, y lo que es peor, contra un loco real más listo que tú.
No hay problema.
Continuará…
(Otro día le haré un canto a mi antiguo despacho: de largo, muy de largo, mucho más fértil que el tuyo).
1 comentario:
Perlmann, Perlmann, Perlmann....
Oh, querido Juan, por fin reconoces que has escrito sin inteligencia. Más, no por ello, he de reconvenirte.
Es tolerable, empero, pues este es el estilo al que propendes, aunque no por ello menos falso, casi todo lo que dices. Pero es intolerable que menciones a Nigel Kennedy al lado de Perlmann. Bueno, claro está, ambos son violinistas, como tú y Torroja soís Ingenieros y Victor Mature y Sir Lawrence Olivier eran actores. Por cierto, se me ocurre cierta analogía intrapolante, que diría Fernández Carvajal, resucitando a San Agustín. Sabes que Victor Mature, intentó entrar en un club de golf muy exclusivo de L.A. y el gerente tuvo que explicarle que no admitían actores, y que lo sentía mucho. Mature, se le quedó mirando y dijó, "No hay problema" añadiendo, "yo tengo cincuenta películas que lo único que demuestran es que yo no soy actor". He aquí, Maese Guillamón, la analogía intrapolante; te imagino intentando entrar en el Club de Golf "La Garapacha", con algún Gerente relamido con perjuicios de los que me atribuyes y diciéndole, "mire usted, señor Macanás, yo tengo sesenta obras que lo único que demuestran es que no soy Ingeniero". Más, para ser completamente coherentes, el anterior sainete requiere de premisa, digna de investigación, cual es la de que te hubieran sobrevivido sesenta obras. Hubo tiempos en que a Juanelo sobrevivieron sus inventos, a Vitrubio sus puentes, y a Echegaray sus obritas literarias, ("cuando estrena Echegaray, aunque haya peste, mejor se está en Bombay",) más en los tiempos que corren, no es inusual ver a los creadores de algunas obras desolados ante la muerte de la propia descendencia, cuyo óbito, puede producirse, no ya en la "pubertas", sino en pleno período prenatal, en el puerperio de la garantía y no mucho más allá del destete y, desde luego, sin esperanza alguna de llegar a la féliz y despreocupada etapa de los garbotazos.
Yo admiro a los Ingenieros, no les persigo. A fin de cuentas, dime de otro cuerpo al que se cite en las Memorias del primo de Franco (omito página, de forma tan elogiosa por el General Latorre, entonces Delegado en la Confederación de no se qué cuenca, y haya conservado intacta la omnisciencia, la prudencia y el buen hacer.
Por último, Guillamón, (no está bien que yo te trate cariñosamente de Juan, y tu con mala leche, a mí, de Roca) ardo en deseos de leer esa descripción babilónica del creciente fértil, en que pareces conceptuar tu antiguo despacho. Cuando lo hayas hecho, no olvides llamar a Howard Carter, el gran arqueólogo, y a la Enciclopedia Britannica, para abrir entrada, que proporcione a los "Guillamones" (entre los que me encuentro) una perspectiva más amplia que un carril en la Huerta una acendrada mala leche y una isla escocesa.
PD. Yo no sé si N. Kennedy es un genio, pero está claro que es el que más arcos jode.
Tuyo siempre, tu primo putativo.
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