(Empresa y Finanzas, sept. 06)
Hace ya muchos años (los suficientes) cuentan que un afamado empresario murciano de la conserva fue advertido de que había llegado el momento de tecnificar los asuntos de su empresa. No sin ofrecer resistencia, accedió por fin a contratar a un ingeniero industrial que, ajeno a la componente familiar que caracterizaba la empresa, fue encargado de organizar el futuro de la misma. Cuentan que una vez incorporado se encerró en su despacho y comenzó a realizar estudios de arriba abajo sin dejar ni un solo número sin analizar. El empresario, escéptico, lo veía trabajar sin descanso en el despacho que a tal efecto le fue adjudicado. Al cabo de unos meses, la intriga indujo al vetusto empresario a introducirse en aquel despacho y pedir explicaciones acerca de eso que le ocupaba tanto al que sin duda (eso le habían dicho) habría de hacer de la empresa algo grandioso. Sentado en una silla frente a él, y con la mesa del despacho por medio, preguntó qué era eso que se contenía en aquel montón ingente de papeles: gráficos, curvas, tablas, fórmulas etc. El ingeniero, solícito, le mostró todo, y todo con todo lujo de detalles. Finalmente, el empresario, fruncido el ceño, mostró toda la incredulidad de que era capaz para decir: "papeles y ottias, total na". Ignoro si el ingeniero continuó trabajando en tal empresa, cosa bastante probable ya que dicha empresa creció gracias a la tecnificación introducida por el tan incauto como entusiasta joven ingeniero.
Hoy las cosas son diferentes, pues los empresarios murcianos en su condición periférica, e históricamente fronteriza, han echado mano de la técnica para mejorar las condiciones por las que sus productos han de colocarse en el mercado. En efecto, no es casualidad la gran cantidad de Centros Tecnológicos instalados en la Región. En número de 10 parecen abarcar casi todos los campos en los que las empresas murcianas desarrollan su actividad: conservas, medio ambiente, mueble, metal etc. son algunos de los productos que son objeto de investigación, mejora e innovación. De ellos, siendo instituciones sin ánimo de lucro, se benefician las empresas murcianas en cuanto que su labor tiene mucho que ver con la difusión tecnológica y, sobre todo, con la cooperación internacional mediante la aplicación de normas y certificados de calidad que posibilitan la penetración de los productos en el mercado global. La difusión de la innovación en las empresas tiene en los Centros Tecnológicos un elemento de referencia trascendental. No es posible, hoy, la existencia de empresarios voluntariosos, germinados de la cosecha familiar, como aquél que se mostraba incrédulo ante la aportación técnica del ingeniero. La técnica ha sido fundamental para el crecimiento de nuestra economía. Y no puedo reprimir mi entusiasmo cuando de la empresa M. Torres, ubicada en Pamplona pero de raíces murcianas, pueden obtenerse casi de forma paradigmática las cuestiones que determinan el éxito de la misma basado en la constante inquietud por mejorar la tecnología, tal que M. Torres es la empresa navarra con mayores posibilidades de expansión (El catedrático de Ingeniería Eléctrica de la Universidad Pública de Navarra, Blas Hermoso, colaborador habitual de M. Torres, ha expresado: “Empezó como una pequeña empresa y hoy día es una referencia mundial gracias, casi en exclusiva, a su apuesta por el I+D+I").
La región murciana caracterizada por un tejido empresarial lleno de pymes, algo más grandes y con dimensiones, algunas, menores que las medianas ocupa un campo ideal para la aplicación de las medidas que el Gobierno introduce en los distintos Reales Decretos que hacen mención al I+D+I, por ello es fácil certificar que cualquier proyecto empresarial ha de cumplir con los requisitos exigidos para ser considerado como I+D+I. Ello, además de las ventajas evidentes que incorpora la competitividad, tiene la propina que se deriva de determinadas reducciones tributarias. Después, la transferencia de conocimientos desde el campo científico al productivo es el punto de transición que ha de ser mimado para alcanzar el éxito empresarial. De esta manera, en nuestra andadura democrática, la sociedad se beneficia de los avances que se producen como consecuencia del fortalecimiento de los derechos (y sobre todo de las garantías) de los investigadores que harán de la tecnología el soporte indispensable para el éxito. No en balde la dotación anual para investigación en España supera ya los 5.000 millones de euros. A las empresas les conviene invertir en I+D+I porque esto significaba adaptar los productos, mediante la normalización, a los consumidores de otros países: ¡y en Murcia somos exportadores!
Una consideración final me lleva a admitir que un país desarrollado como es España en estos momentos, alcanzó a principios del siglo el punto crítico en donde la técnica y la gestión se encuentran. Hoy, con una técnica muy desarrollada, necesitamos la aportación de brillantes gestores que utilizando la normativa técnica en vigor sean capaces de negociar con éxito los asuntos de las empresas. Sólo, a mi entender, hay un peligro evidente: la intrusión política discrecional a la que a veces nos vemos sometidos, y para lo cual todo político debería entender que "el desarrollo no se decreta", porque el desarrollo proviene de la aplicación genial del talento de los empresarios que arriesgan. Limítese, pues, el político a corregir desequilibrios en función del bienestar común. Eso sí, respetando y ayudando al empresario.
Hace ya muchos años (los suficientes) cuentan que un afamado empresario murciano de la conserva fue advertido de que había llegado el momento de tecnificar los asuntos de su empresa. No sin ofrecer resistencia, accedió por fin a contratar a un ingeniero industrial que, ajeno a la componente familiar que caracterizaba la empresa, fue encargado de organizar el futuro de la misma. Cuentan que una vez incorporado se encerró en su despacho y comenzó a realizar estudios de arriba abajo sin dejar ni un solo número sin analizar. El empresario, escéptico, lo veía trabajar sin descanso en el despacho que a tal efecto le fue adjudicado. Al cabo de unos meses, la intriga indujo al vetusto empresario a introducirse en aquel despacho y pedir explicaciones acerca de eso que le ocupaba tanto al que sin duda (eso le habían dicho) habría de hacer de la empresa algo grandioso. Sentado en una silla frente a él, y con la mesa del despacho por medio, preguntó qué era eso que se contenía en aquel montón ingente de papeles: gráficos, curvas, tablas, fórmulas etc. El ingeniero, solícito, le mostró todo, y todo con todo lujo de detalles. Finalmente, el empresario, fruncido el ceño, mostró toda la incredulidad de que era capaz para decir: "papeles y ottias, total na". Ignoro si el ingeniero continuó trabajando en tal empresa, cosa bastante probable ya que dicha empresa creció gracias a la tecnificación introducida por el tan incauto como entusiasta joven ingeniero.
Hoy las cosas son diferentes, pues los empresarios murcianos en su condición periférica, e históricamente fronteriza, han echado mano de la técnica para mejorar las condiciones por las que sus productos han de colocarse en el mercado. En efecto, no es casualidad la gran cantidad de Centros Tecnológicos instalados en la Región. En número de 10 parecen abarcar casi todos los campos en los que las empresas murcianas desarrollan su actividad: conservas, medio ambiente, mueble, metal etc. son algunos de los productos que son objeto de investigación, mejora e innovación. De ellos, siendo instituciones sin ánimo de lucro, se benefician las empresas murcianas en cuanto que su labor tiene mucho que ver con la difusión tecnológica y, sobre todo, con la cooperación internacional mediante la aplicación de normas y certificados de calidad que posibilitan la penetración de los productos en el mercado global. La difusión de la innovación en las empresas tiene en los Centros Tecnológicos un elemento de referencia trascendental. No es posible, hoy, la existencia de empresarios voluntariosos, germinados de la cosecha familiar, como aquél que se mostraba incrédulo ante la aportación técnica del ingeniero. La técnica ha sido fundamental para el crecimiento de nuestra economía. Y no puedo reprimir mi entusiasmo cuando de la empresa M. Torres, ubicada en Pamplona pero de raíces murcianas, pueden obtenerse casi de forma paradigmática las cuestiones que determinan el éxito de la misma basado en la constante inquietud por mejorar la tecnología, tal que M. Torres es la empresa navarra con mayores posibilidades de expansión (El catedrático de Ingeniería Eléctrica de la Universidad Pública de Navarra, Blas Hermoso, colaborador habitual de M. Torres, ha expresado: “Empezó como una pequeña empresa y hoy día es una referencia mundial gracias, casi en exclusiva, a su apuesta por el I+D+I").
La región murciana caracterizada por un tejido empresarial lleno de pymes, algo más grandes y con dimensiones, algunas, menores que las medianas ocupa un campo ideal para la aplicación de las medidas que el Gobierno introduce en los distintos Reales Decretos que hacen mención al I+D+I, por ello es fácil certificar que cualquier proyecto empresarial ha de cumplir con los requisitos exigidos para ser considerado como I+D+I. Ello, además de las ventajas evidentes que incorpora la competitividad, tiene la propina que se deriva de determinadas reducciones tributarias. Después, la transferencia de conocimientos desde el campo científico al productivo es el punto de transición que ha de ser mimado para alcanzar el éxito empresarial. De esta manera, en nuestra andadura democrática, la sociedad se beneficia de los avances que se producen como consecuencia del fortalecimiento de los derechos (y sobre todo de las garantías) de los investigadores que harán de la tecnología el soporte indispensable para el éxito. No en balde la dotación anual para investigación en España supera ya los 5.000 millones de euros. A las empresas les conviene invertir en I+D+I porque esto significaba adaptar los productos, mediante la normalización, a los consumidores de otros países: ¡y en Murcia somos exportadores!
Una consideración final me lleva a admitir que un país desarrollado como es España en estos momentos, alcanzó a principios del siglo el punto crítico en donde la técnica y la gestión se encuentran. Hoy, con una técnica muy desarrollada, necesitamos la aportación de brillantes gestores que utilizando la normativa técnica en vigor sean capaces de negociar con éxito los asuntos de las empresas. Sólo, a mi entender, hay un peligro evidente: la intrusión política discrecional a la que a veces nos vemos sometidos, y para lo cual todo político debería entender que "el desarrollo no se decreta", porque el desarrollo proviene de la aplicación genial del talento de los empresarios que arriesgan. Limítese, pues, el político a corregir desequilibrios en función del bienestar común. Eso sí, respetando y ayudando al empresario.
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