El ciudadano se
echa mano a la cartera cuando un político lee un libro de Economía. De esa
lectura es capaz de formular juicios absolutos, como si él hubiera escrito ese
libro. Para saber algo de Economía hay que doctorarse y se da el caso de que
así hay quienes no se enteran. He leído muchos libros de Economía y cada vez
entiendo menos. Sabios y premios Nobel explican con contundencia cosas que
otros laureados niegan o aceptan con solemnidad. Vamos a ver, ¿el crecimiento
económico propicia la cohesión social? Depende. Yo pensaba que sí, que si se
anima el consumo y el Estado animaba su Gasto, emprendedores empresarios
aumentarían sus ofertas y para obtener mayores beneficios contratarían mano de
obra, lo que es, sin duda, el paradigma de toda acción política: la
redistribución de renta. Pues no es seguro. Y qué decir de la globalización que
para mí, por ser objetivo, tiene su lado bueno y su lado cabrón. Pues también
depende su santificación -o no- de si los críticos o entusiastas miran el
asunto según su punto de vista ideológico, lo cual por ser malo se vuelve
ininteligible. Y no digamos nada cuando la ideología se mezcla con las cuatro o
cinco cosas que se aprenden leyendo un libro, y no sólo cuando el libro elegido
lo es en función de la ideología a que se sujeta el autor. El asunto se
complica y ya tenemos al político formulando propuestas absolutas (y cercanas
al imaginario del correspondiente partido) a desdén de que toda ciencia
–también la Economía- establece sus conjeturas sobre la inquietante cuestión de
la incertidumbre. Conviene, pues, alejarse del impulso inicial que lleva a los
políticos a indagar solo lo que por ideología parece conveniente.
En realidad, casi
todos damos por bueno que el Mercado es el regulador de una economía muy capitalista.
Sí, porque los países que no practican las cosas de este modo son muy pocos.
Incluso países gobernados tras revoluciones en las que el pueblo reivindica sus
derechos y denuestan un poder más democrático, adaptan sus maniobras económicas
al estilo capitalista. Lo de China es el paradigma de la fusión intrigante del
capitalismo al modo comunista. Qué raro es esto. Es como si pudiera darse una
corriente ideológica tipo marxisto-falangista. Es verdad, el Mercado domina y
regula pero no hasta el infinito. En realidad debemos aceptar que no se ha
sabido moderar la globalización de este monstruoso Mercado. Se pasó de rosca. Sé
que la política económica de los países demócratas ha estado basada en el
Crecimiento sostenido, el aumento de la producción y el consiguiente consumo,
los créditos fáciles y bancos poderosos. Como esto ha explotado, ahora toca
hacer otra cosa y, entonces, otra vez manos a la cartera pues a ver qué nos
inventamos los políticos para cumplir nuestro gran objetivo: la guerra sin
cuartel al Paro.
Ya sé que el
desarrollo económico tiene que ver con el ‘consumo’ de Naturaleza (¡es la
Entropía, señoras y señores!) pero aceptando que la ‘huella ecológica’ es
función directa de la baja productividad, me da por pensar que en medio de
cinco millones y medios de parados, al Hombre hay que situarlo al menos al
mismo nivel que a la tortuga mora o camachuelo trompetero, no sea que, a la
larga, la solución sea que terminemos comiéndonoslos. Dicho lo cual bajo el
absoluto respeto que merece la Ecología, esa moderna ciencia que es utilizada a
veces (pocas) como tótem despótico de lo justo y saludable.
Demasiada cantidad
de política en la cabeza de cada quien. Es metafísicamente imposible que dos
lleguen a compartir opiniones si cada uno de ellos antepone la premisa de
mantener incólume la defensa integral de
lo que es su propia ideología. Entonces el enfrentamiento no da para nada. No
es posible pedir a alguien que se deje
perder frente a quien discute sus argumentos. El debate debería ser imparcial,
razonable, de corte científico y sometido éste a la incertidumbre. Se debería
encontrar el modo de entender aquello que no proviene, en exclusiva, de lo
proléptico de nuestros específicos criterios. Los argumentos deberían estar
ausentes de pasión (exactamente lo que nos sucede cuando se pierde el norte).
El respeto a cada persona, ¿deviene de la calidad de sus argumentos, del tesón
necesario en la exposición, de su contenido ideológico, ya oportuno ya sesgado,
o de la forma en que se produce el discurso? No sé. Disponemos de una cierta
incapacidad para aceptar un debate en donde se sabe positivamente que no habrá
acuerdo, tan fuerte es la deshilvanación entre razones políticas, ayer
divergentes en la prudencia, hoy enemistadas hasta lo máximo.
Nos encerramos en el engaño: políticamente, entre los unos y los otros,
es imposible el acuerdo que desea la ciudadanía, pues esta cuestión, tan
importante y objetiva, dispone de una invisible y oculta escritura que se
desvanece tras el interés político que a los políticos nos da trabajo. Ni
aunque el ademán muestre fortaleza en la confrontación, por siempre tenaz e
impasible, de la actual Crisis que nos azota nos costará salir. Imposible.
Juan Guillamón