domingo, septiembre 07, 2008

Lo siento, amigo.


Antonio Soler Valcárcel, el pasado jueves, escribía en este periódico un sentido artículo en el que reclamaba respeto a los grupos ecologistas, cuando en realidad lo que sucede es que son precisamente estos grupos ecologistas los que no respetan en absoluto al resto del mundo. Sucede que -como en todo- la sociedad debería funcionar como un equipo, repartiéndose tareas y asumiendo funciones propias de las características de cada uno. Así los grupos ecologistas fundamentalistas (no los grupos ecologistas) se adjudican la función mesiánica de salvar al mundo a base de despreciar al resto del mundo. Esto es así y si no vean lo que a continuación transcribo y que constituye un conjunto de sustantivos recogidos todos ellos de un artículo redactado por un ecólogo y ecologista muy bien considerado:  Fanfarria, paladín, maraña, artillería, estigma, lobby, frivolidad, mito, tomadura de pelo, dislate tecnológico, desenfoque, falto de rigor, falsedad, propio beneficio, mafias, traficantes etc.. También, unos edificantes adjetivos: Hostil, indeseable, atroz, acientífico, inmoral, pavoroso, negativo, frívolo, soez, terrorífico, destructivo, exasperado, maleable, amordazado, canalla, dictatorial, lamentable, oportunista, descarado…. Por todo ello lo siento, amigo, pero el problema es el discurso ecologista radical que necesita la figura de un ‘enemigo’ creado ad hoc y con la agresividad de quien pertenece a un lobby montaraz, porque en todo discurso ecologista siempre aparece el dinero como corruptor de cualquier planteamiento que tenga como objetivo todo aquello que no se contempla en la alternativa Cero, la de no hacer nada, como si la Naturaleza fuera intocable y jamás hubiese producido inundaciones, terremotos, sequías y demás catástrofes naturales que hacen de la vida de las personas una tragedia. El problema es y lo siento, amigo, que los grupos que usted defiende derrotan más por demostrar su amor a los espinos, cardaviejas, ispágulas,  zamarrillas, tréboles reventones y ajos de flor negra que al entorno doméstico de cada hombre; y que las tarabillas, currucas, camachuelos trompeteros, gaviotas, cormoranes y pardelas figuran por encima de la cobertura de determinados peligros que tiene el hombre pues, y esto es indiscutible, la Naturaleza le fue dada por Dios al hombre para su uso, disfrute y conservación. Por consiguiente el mantenimiento sostenido de un medio natural adecuado corresponde al hombre, integrado en una determinada sociedad democrática compuesta por distintos estamentos, cada uno con una función específica, siendo la de los ecologistas precisamente la de defensa de determinadas intrusiones indeseables por parte de algunos desarrollistas sin escrúpulos. Pero sucede que no todos los desarrollistas carecen de escrúpulos, más bien son los ecologistas los que crean el retrato robot de un hombre entregado al dinero, de ambición desmedida y falta de respeto hacia todo lo que le rodea. Les viene bien.

 

            Esto ha cambiado; con el siglo entrante  las cosas no son como antes y la crítica ecologista debe acomodarse a las nuevas coordenadas, pues carece de sentido emplear argumentos que ayer tenían fundamento y que hoy no deberían ir más allá del mero carácter testimonial. Lo siento, amigo, pero tal y como están las cosas tengo el convencimiento de que entre las amenazas más importantes que tiene la defensa del medio ambiente se encuentra el propio Movimiento Ecologista que junto a  la Pobreza y la Insolidaridad constituye un trío poco recomendable, al tiempo que la Ecología, la Ingeniería y la Solidaridad conforman las bases por las que la Sostenibilidad queda garantizada. Así es que es la ingeniería la que pretende establecer los itinerarios precisos para acercar a los conservacionistas radicales hasta los límites de la sostenibilidad, determinando, más por métodos científicos que por disposición social (y mucho menos por aplicación sesgada de la categoría política), el criterio objetivo que permita formular planes y elaborar proyectos que afectan al hombre y a la Naturaleza, cuyo sistema nervioso está constituido por los ríos y sus afluentes.

 

            Y para terminar, amigo, ¿cree usted que siguen vigentes los argumentos esgrimidos durante la década de los 70 que fundamentaron la lucha social, ciudadana y ecologista, en contra de una actitud gubernamental escasamente democrática? ¿Son hoy, todavía, válidos los argumentos, razones e ideales que entonces se enarbolaban como armas de combate por grupos, pueblos y comarcas para hacer frente a los últimos estertores de lo que se denominó estado de obras, sin respeto alguno hacía los valores ambientales? No. Hoy, si en el trascurso de determinadas obras, éstas se paralizan ante la presencia no prevista de unos conejos, jabalíes, zorros, búhos, águilas o azores, la culpa no es de la Sociedad, la culpa es o bien del ingeniero redactor del proyecto o bien de los grupos ecologistas (que se pierden las mejores) por no haber determinado tal circunstancia en el correspondiente periodo de información pública a que toda Declaración de Impacto Ambiental queda obligada, pero nunca del conjunto de la sociedad democrática que hoy gozamos. Y, también debería contemplarse el escenario resultante de eliminar todas las presas que regulan los ríos españoles. Sin esos 1.200 embalses no sólo el hombre sino la fauna y flora que los radicales con tanto tesón defienden tendrían alguna que otra dificultad en materia sostenible.


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