A MADRID POR ¿CUENCA?
Vi, una vez, aterrizar el helicóptero de Bono en los Pinares de Jábaga, muy cerca de la monumental Cuenca. Mi admiración hacia el presidente de Castilla La Mancha sólo es comparable al desprecio que siento por su populismo barato y demagógico tan útil para sus propios intereses como nefasto para los del resto del mundo. Además de ello, comparto con Bono mi amor a Cuenca, amor apasionado, sin condiciones, pleno y total. Cuenca es la ciudad encantadora por antonomasia de España. Sobre la muela majestuosa que separa las hoces del Júcar y el Huécar se erige la parte antigua de la ciudad, con sus empinadas calles empedradas que son como el camino expreso del jubileo hacia el gótico de lo más alto: la Plaza de la Catedral y un poco más arriba la Plaza de San Pedro, desde donde se admira, a la derecha y aguas arriba, el cañón del Huécar, y a la derecha el del Júcar. Es un lugar privilegiado de donde penden, sobre el relieve jurásico de la muela, las emocionantes Casas Colgadas junto a la Posada de San José y muy por encima del puente de San Pablo, una especie de maqueta de hierro y madera –antigualla amorosa-, por donde un día, dicen, metieron un seiscientos borracho para cruzar mágicamente la Hoz. Recuerdo el ejemplar discurso que en mis tiempos de estudiante se ejercía sobre el relieve conquense: ‘…el agua excava profundas hoces en los materiales mesozoicos, compuestos por potentes masas calcáreas, en lo que constituye una auténtica erosión cárstica’. Y, por demás, la provincia goza de tres ambientes diferenciados y admirados, tales como La Alcarria, La Mancha y La Serranía, lujo comarcal que con dificultad acaso podría exhibir alguna provincia española.
Está muy justificado mi alborozo por haber conocido la posibilidad de que el AVE que nos habrá de aproximar a Madrid (en plazo que los políticos de turno estiman como corto) quizá, en una de sus alternativas, pudiera pasar por Cuenca. Con las velocidades de recorrido previstas, lo anterior supone que desde Murcia a Cuenca, en ese fenomenal trasto, la duración del viaje apenas sobrepasaría la hora y cuarto. Poner Cuenca tan cerca de Murcia me parece un regalo excepcional. Puede que el sentimiento me llegue a dominar, eso es cierto, pese a lo cual acudo a buscar el argumento científico que sustenta mi inclinación hacia una determinada cuestión. Y en este sentido me alegra que el punto de vista del Colegio de Ingenieros de Caminos de la región de Murcia, admita (en su análisis preciso y concienzudo sobre los estudios de alternativas realizados para tratar de llevar la comunicación de las ciudades de la Región con Madrid y la periferia insular) que un trazado del AVE posible y aun conveniente pudiera llevarnos a Madrid previo paso por Cuenca. No precisa con firmeza, dicho punto de vista, la necesariedad y suficiencia del tal trazado pero lo considera muy interesante para el despliegue global de intenciones que el Gobierno ha de manejar para ver de estructurar un territorio mediante la instalación del formidable invento que es el AVE. Y siendo como es que los ingenieros, lejos de mostrarse como depredadores y desestructurantes del territorio, llevan implícito en su propio sentimiento la idea exclusiva de estructurar los territorios y sus personas, es desde luego muy de tomar en consideración que Cuenca nos coja de camino cuando ineludibles obligaciones nos lleven a Madrid, la ciudad central y borde de cualquier parámetro que se precie de cosmopolita. Los ingenieros son gente muy capaz y si ellos opinan que Cuenca es hito de un buen itinerario pues habrá de serlo.
Con el AVE y Cuenca a poca distancia virtual tendríamos, sin embargo, el pequeño inconveniente de perder de vista los itinerarios habituales que nos llevan allí desde Murcia. Ni Almodóvar del Pinar, tras Motilla, ni Tarazona, ni Quintanar, ni Villanueva de la Jara siquiera. A cambio, y ya que el viaje a Cuenca sería un suspiro, pasaríamos por Peraleja, Gascueña y Tinajas, atravesando los ríos Guadamejud y Guadiela antes de llegar a Villalba para disponer, casi como en la palma de la mano, la totalidad de Buendía, ese enorme botijo celestial del que, cuando la sequedad aprieta, bebemos los moradores del Levante español. Muy secos se nos muestran Buendía y Entrepeñas pero su cercanía, no tanto geográfica como hidráulica, me hacen devoto de sus parajes, a caballo entre las Alcarrias conquense y guadalajareña, y de sus pueblos de población tan reducida como Castejón y Alcocer, en donde no quieren ni burra ni mujer.., ni hombre, si puede ser. Y Priego, cuna de Luis Ocaña y capital serrana, cuyo Cristo dicen que dijo a su escultor: ¿dónde me miraste que tan bien me retrataste?
En gastronomía: zarajos asados en palo de cepa de vid; después, morteruelo de caza bien aviada; luego, sin duda que alajú con oblea ceremoniosa, y para beber, tres copas de resolí. Buen menú para comer en cualquier mesón de Cuenca, la ciudad urbana pletórica por lo bien dimensionada, pues quizá sus límites quedaron fijados algún día en función de la onda sonora que lleva la voz del orador a los confines de la ciudad. Esta es, para los sentimentales, la dimensión que mejor se adapta a las inquietudes de los urbanitas. Yo soy uno de ellos.
¿Pasará el AVE por Cuenca?