(en la imagen, ciclista fondón y veterano).
ANTONIO MARTÍN, CICLISTA.
No lo puedo evitar, algunas cosas me impresionan más de lo debido por mucho que el acontecimiento me tome objetivamente alejado; puede ser, incluso, que esa impresión tome cuerpo mas allá de lo razonable y me lleve, a m¡ que tengo el moco fácil, hasta el llanto, recogido y silencioso. Me ha sucedido con la muerte del ciclista Antonio Martín, casualmente el corredor de más futuro dentro de nuestras fronteras. Mi arrebatadora afición por el ciclismo había tomado en cuenta que Martín estaba llamado a ser nuestro mejor ciclista: enjuto, pequeño, cerebral, sabía sufrir en la bicicleta subiendo, bajando y rodando. Con oxígeno y sin él.
En la vuelta a Murcia del 93, Martín tuvo una actuación destacada; para mí era un desconocido hasta la dura etapa del Morrón ( el Morrón, en Murcia, siempre resulta ‚pico; como el Stelvio en Italia o Alpe d’Huez en Francia). A la altura de Librilla se escapó con siete corredores en busca del triunfo. Yo iba detrás del grupo muy bien acomodado en el coche del juez- árbitro Montoya, el de Casillas, y albergaba la esperanza, como siempre, de que en el Alto ganara un español. Al llegar a la Santa, el grupo se hizo añicos y uno tras otro se fueron descolgando, entre ellos Ruiz Cabestany, hasta quedar solo en cabeza, para ganar, Antonio Martín: !un español!
De pequeño, con mis hermanos, siempre jugaba a los ciclistas, naturalmente que sin bicicletas en la generalidad de los casos. Acudíamos a las fichas, sobre el parchís primero y luego sobre un tablero ad-hoc confeccionado por nosotros mismos. Eran los dados los que insuflaban oxígeno a los Gabica, Uriona y Elorza del Kas, a Nencini, Baldini y Pambianco de Italia, a Poulidor, Riviere y Anquetil de Francia (tambin a Darrigade) o Van Stembergen de Bélgica. Mas tarde, uno de nuestros amigos, Javier García Villalba, nos enseñó a forrar las chapas con pequeños trozos de tela, bien apretada y sujeta por debajo con el corchito que cuidadosamente había que levantar del tapón de las bebidas. Copiamos de Javier los colores que ‚l mismo había diseñado para las distintas nacionalidades. Así, a España la pintábamos con acuarelas los colores rojo y gualda; en el centro, el nombre del corredor: Pérez Francés. La telita de Francia llevaba una parte en amarillo y otra en blanco, y en medio se gayaban dos l¡neas lilas. Italia, verde, blanco y verde; y Bélgica, azul, blanco y azul. Con Charly Gaul teníamos problemas, aunque al final inventamos para él, los suizos y los holandeses, un equipo al que le dimos el nombre de "Internacional"
Nos arrastrábamos, dando "chiles" a las chapas, por el suelo de toda la casa y cada habitación era un final de etapa. En alguna ocasión llegamos a trasladar nuestro particular Tour hasta la casa de algún vecino. Antonio Martín no ganó ninguna etapa porque aún no hubo nacido; de haber estado presente yo habría ganado con él, pues siempre "me pedía" España, y siendo el mayor del amplio conjunto de todos mis hermanos me salía con la mía. Ahora, con Martín desaparecido, nos hemos hecho mayores, pero seguimos con el ciclismo. Mi hermano Javier, ha perfeccionado el m‚todo y ha conseguido un tablero, unas fichas y unas reglas de juego en donde el poder de los dados está tan limitado que lo normal es que las etapas, en el juego de mesa, sean ganadas por las fichas que representan los mejores ciclistas en la realidad. Este verano, por tanto, Antonio Martín ha triunfado en nuestra particular mesa donde vivimos la pasión del ciclismo.
Pero estamos tristes, porque la realidad nos dice que Martín no ganar ni vueltas, ni etapas, ni premios de la montaña. Se ponen los pelos de punta al ver que un profesional de la bici ha caído en la trampa de la carretera en pleno entrenamiento. El año pasado hubo mas de trescientos ciclistas muertos, víctimas de la carretera. Todos ellos aficionados como yo; como Pepe Martínez, el concejal de urbanismo; como Canito, el mejor futbolista de 2¦ en el a¤o 73; como Pedro Jiménez Mompean (Petrosian); como mi hermano Javier, decano de Letras y aspirante a rector y, en fin, como José Luís Sigler, el que ha descubierto el secreto de cómo "casarse" mas y mas. Ellos son mi equipo para los sábados, haga frío o calor. Recorremos la ruta de la Vega Baja: partiendo del bar Reynaldo en Torreagüera y prolongando nuestro esfuerzo hasta Jacarilla, después de coronar las cuestas del pantano de la Pedrera. Vamos de "et-trenamiento", dice Pepe Martínez; pero a la que te descuidas, Javier, que es un nervioso, le mete el plato grande y se pone a mas de cuarenta: le siguen todos menos yo, porque estoy mayor, las piernas no me responden y, además, fumo. Pepe me anima y me ofrece su rueda amiga; tiene guasa Pepe: cuando superamos Zeneta y El Mojón, y pisamos tierra alicantina (Arneva), mediante un gesto me hace un guiño señalando la textura del pavimento, indudablemente mejor cuidado que en Murcia, y me dice: Juan, ya estamos en Alicante.
Me defiendo como puedo: me pongo el casco, el neopreno y el culotte; y, como siempre, voy a cola del pelotón. Miro por el rabillo del ojo a los vehículos que nos van dando alcance y asumo la responsabilidad de aportar seguridad al grupo dando los oportunos avisos. Pero me temo que el peligro es grande: si un profesional como Mart¡n ha sido "cazado", nosotros, pobres y simples aficionados, tenemos un serio riesgo de ser heridos. A pesar de todo, con riesgo o sin ‚l, seguir‚ por las rutas, tras las ruedas amigas que me libran del desfallecimiento, practicando el duro deporte que hizo, por muy poco tiempo, héroe a Martín y mas tarde, de manera brutal e injusta, mártir.
Antonio Martín o la muerte del ciclista.
Nota. Por desgracia, el vencedor del Morrón que se cita no fue mi admirado Antonio Martín, sino Antonio Sánchez. Es de justicia reconocer mi error, si bien la admiración hacia A. Martín seguirá incólume.
JUAN GUILLAMON. La verdad, no recuerdo fecha.
No lo puedo evitar, algunas cosas me impresionan más de lo debido por mucho que el acontecimiento me tome objetivamente alejado; puede ser, incluso, que esa impresión tome cuerpo mas allá de lo razonable y me lleve, a m¡ que tengo el moco fácil, hasta el llanto, recogido y silencioso. Me ha sucedido con la muerte del ciclista Antonio Martín, casualmente el corredor de más futuro dentro de nuestras fronteras. Mi arrebatadora afición por el ciclismo había tomado en cuenta que Martín estaba llamado a ser nuestro mejor ciclista: enjuto, pequeño, cerebral, sabía sufrir en la bicicleta subiendo, bajando y rodando. Con oxígeno y sin él.
En la vuelta a Murcia del 93, Martín tuvo una actuación destacada; para mí era un desconocido hasta la dura etapa del Morrón ( el Morrón, en Murcia, siempre resulta ‚pico; como el Stelvio en Italia o Alpe d’Huez en Francia). A la altura de Librilla se escapó con siete corredores en busca del triunfo. Yo iba detrás del grupo muy bien acomodado en el coche del juez- árbitro Montoya, el de Casillas, y albergaba la esperanza, como siempre, de que en el Alto ganara un español. Al llegar a la Santa, el grupo se hizo añicos y uno tras otro se fueron descolgando, entre ellos Ruiz Cabestany, hasta quedar solo en cabeza, para ganar, Antonio Martín: !un español!
De pequeño, con mis hermanos, siempre jugaba a los ciclistas, naturalmente que sin bicicletas en la generalidad de los casos. Acudíamos a las fichas, sobre el parchís primero y luego sobre un tablero ad-hoc confeccionado por nosotros mismos. Eran los dados los que insuflaban oxígeno a los Gabica, Uriona y Elorza del Kas, a Nencini, Baldini y Pambianco de Italia, a Poulidor, Riviere y Anquetil de Francia (tambin a Darrigade) o Van Stembergen de Bélgica. Mas tarde, uno de nuestros amigos, Javier García Villalba, nos enseñó a forrar las chapas con pequeños trozos de tela, bien apretada y sujeta por debajo con el corchito que cuidadosamente había que levantar del tapón de las bebidas. Copiamos de Javier los colores que ‚l mismo había diseñado para las distintas nacionalidades. Así, a España la pintábamos con acuarelas los colores rojo y gualda; en el centro, el nombre del corredor: Pérez Francés. La telita de Francia llevaba una parte en amarillo y otra en blanco, y en medio se gayaban dos l¡neas lilas. Italia, verde, blanco y verde; y Bélgica, azul, blanco y azul. Con Charly Gaul teníamos problemas, aunque al final inventamos para él, los suizos y los holandeses, un equipo al que le dimos el nombre de "Internacional"
Nos arrastrábamos, dando "chiles" a las chapas, por el suelo de toda la casa y cada habitación era un final de etapa. En alguna ocasión llegamos a trasladar nuestro particular Tour hasta la casa de algún vecino. Antonio Martín no ganó ninguna etapa porque aún no hubo nacido; de haber estado presente yo habría ganado con él, pues siempre "me pedía" España, y siendo el mayor del amplio conjunto de todos mis hermanos me salía con la mía. Ahora, con Martín desaparecido, nos hemos hecho mayores, pero seguimos con el ciclismo. Mi hermano Javier, ha perfeccionado el m‚todo y ha conseguido un tablero, unas fichas y unas reglas de juego en donde el poder de los dados está tan limitado que lo normal es que las etapas, en el juego de mesa, sean ganadas por las fichas que representan los mejores ciclistas en la realidad. Este verano, por tanto, Antonio Martín ha triunfado en nuestra particular mesa donde vivimos la pasión del ciclismo.
Pero estamos tristes, porque la realidad nos dice que Martín no ganar ni vueltas, ni etapas, ni premios de la montaña. Se ponen los pelos de punta al ver que un profesional de la bici ha caído en la trampa de la carretera en pleno entrenamiento. El año pasado hubo mas de trescientos ciclistas muertos, víctimas de la carretera. Todos ellos aficionados como yo; como Pepe Martínez, el concejal de urbanismo; como Canito, el mejor futbolista de 2¦ en el a¤o 73; como Pedro Jiménez Mompean (Petrosian); como mi hermano Javier, decano de Letras y aspirante a rector y, en fin, como José Luís Sigler, el que ha descubierto el secreto de cómo "casarse" mas y mas. Ellos son mi equipo para los sábados, haga frío o calor. Recorremos la ruta de la Vega Baja: partiendo del bar Reynaldo en Torreagüera y prolongando nuestro esfuerzo hasta Jacarilla, después de coronar las cuestas del pantano de la Pedrera. Vamos de "et-trenamiento", dice Pepe Martínez; pero a la que te descuidas, Javier, que es un nervioso, le mete el plato grande y se pone a mas de cuarenta: le siguen todos menos yo, porque estoy mayor, las piernas no me responden y, además, fumo. Pepe me anima y me ofrece su rueda amiga; tiene guasa Pepe: cuando superamos Zeneta y El Mojón, y pisamos tierra alicantina (Arneva), mediante un gesto me hace un guiño señalando la textura del pavimento, indudablemente mejor cuidado que en Murcia, y me dice: Juan, ya estamos en Alicante.
Me defiendo como puedo: me pongo el casco, el neopreno y el culotte; y, como siempre, voy a cola del pelotón. Miro por el rabillo del ojo a los vehículos que nos van dando alcance y asumo la responsabilidad de aportar seguridad al grupo dando los oportunos avisos. Pero me temo que el peligro es grande: si un profesional como Mart¡n ha sido "cazado", nosotros, pobres y simples aficionados, tenemos un serio riesgo de ser heridos. A pesar de todo, con riesgo o sin ‚l, seguir‚ por las rutas, tras las ruedas amigas que me libran del desfallecimiento, practicando el duro deporte que hizo, por muy poco tiempo, héroe a Martín y mas tarde, de manera brutal e injusta, mártir.
Antonio Martín o la muerte del ciclista.
Nota. Por desgracia, el vencedor del Morrón que se cita no fue mi admirado Antonio Martín, sino Antonio Sánchez. Es de justicia reconocer mi error, si bien la admiración hacia A. Martín seguirá incólume.
JUAN GUILLAMON. La verdad, no recuerdo fecha.
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