Con toda seguridad, el lector habrá leído en más de una ocasión algún comentario mio acerca de las jergas que habitualmente emplean los grupos de profesionales. Unas veces porque resulta verdaderamente inevitable el uso de términos específicos y otras porque conviene mantener acotado el propio terreno del grupo, lo cierto es que cada vez más frecuentemente se emplean vocablos que a terceros resultan abstrusos, o sea de difícil comprensión. Algunos médicos, sobre lo referido anteriormente, son unos virtuosos. Pero sobre todos los economistas sufren constantes ataques de erudición y es muy habitual sorprenderlos recitando sus argumentos bajo el supuesto de la ininteligibilidad. Sin embargo de los economistas me quedo con uno de sus conceptos más complicados, porque a pesar de lo difuso que se presenta el contenido que encierra, a la postre resulta ser -ese contenido- de lo más ilustrativo. Me refiero al coste de oportunidad, del cual si les digo que significa el coste de la alternativa no ganada, el lector me dirá: !Bueeenó! Pero si les digo que en realidad ese coste es lo que dejamos de ganar por no haber invertido nuestro dinero, nuestros recursos y potencialidades en la circunstancia que hubimos de eliminar, justo en el momento en que nos decidimos por la que pensamos era la mejor, quizá se entienda mejor. Y si no, ahí va un ejemplo: Mi coste de oportunidad es un Mercedes, un barco e incluso una casa en la sierra, pues opté en su momento por crear una familia, y desde luego que los chicos son capaces de comerse al mismo Dios por los pies. He llegado a pensar que lo suyo no es comer: es mala leche. O sea que el coste de oportunidad es lo que (en cierta manera) dejamos de ganar por el mero hecho de haber tomado una decisión, en el sentido que sea.
Pues bien, próximos como están los tiempos para que se produzcan cambios políticos en este país de la España mía y nuestra, a veces madre pero siempre madrastra (dicen); inminente que parece el cambio de la izquierda por la derecha a pelo, sin condiciones, excepción hecha de las facturas que en su día podrían presentar los catalanes; en estas circunstancias me acuerdo del coste de oportunidad. Veamos: si el país decide, como es de esperar, dar una oportunidad al PP, el coste para los murcianos se llama Borrell. Esto es lo que perderemos. Y no es poco. Ustedes no han visto hablar en la corta distancia al ministro de Obras Públicas, de lo contrario deberían tenerle la devoción debida. Yo lo he visto dictar su lección sobre el Agua en un ambiente relajado, sin periodistas, sin políticos de la oposición, sin compañeros guerreros de su partido de por medio, sin defensores expresos de las barricadas hidráulicas regionales infiltrados por entre los sillones de un salón de actos independiente, con la sola presencia de un loco y baboso ex senador, hoy afortunadamente olvidado de todos. Le he escuchado, entendido y admirado. No hay en España, hoy día, nadie tan convencido de una Política Hidráulica basada en las transferencias hídricas como Borrell. Nadie que pueda exponer argumentos tan firmes como él cuando de trasvases se hable. Argumentos procesados en una inteligencia extraordinaria y expresados magistralmente con una facilidad de palabra poco común.
La semana pasada en el Salón de Actos del Colegio de Ingenieros de Caminos en Madrid fue presentado un libro (póstumo) de Juan Benet por el ministro de Obras Públicas. Denominado, el libro, Prosas Civiles, en él se recogen escritos no editados del ingeniero y escritor, la mayoría de ellos -o al menos los más interesantes- relativos al agua. En dicha presentación, el ministro se apoyó en el pensamiento de Benet para formular sus conceptos sobre política hidráulica. En algún momento no supe distinguir si el que hablaba era el pensador o si el que pensaba era el que hablaba, tal era la pasión con que el ministro defendía la visión preclara de Benet respecto a la corrección hidráulica de las dos Españas: la seca y la mojada.
Durante mucho tiempo he mantenido que el espíritu regeneracionista de Joaquín Costa fue heredado por la pareja político-técnica que formaron, para esperanza de las tierras áridas, Indalecio Prieto y Manuel Lorenzo Pardo. Después de ellos, el más sagaz e inteligente mantenedor de las ideas hidráulicas avanzadas ha sido Juan Benet. El contenido del Plan Hidrológico, todavía increíblemente dormido, responde en casi toda su totalidad a un esquema preconcebido por Benet, en donde el Tajo se constituye como el pulmón o colector esencial para el conjunto de las transferencias hidráulicas previstas.
El ministro Borrell ha defendido la aprobación del PHN sin éxito, y es lástima que en la hora del adiós será él -precisamente- el último de una sucesión de ministros socialistas incapaces de resolver durante doce largos años un asunto de esta trascendencia. Un asunto, el del Agua, que los centristas (valientes y denodados) de la UCD quisieron poner en marcha con una premura que para sí quisieran ahora los unos y los otros, empeñados en echarse las culpas hídricas con todo el descaro del mundo (me refiero a la izquierda y la derecha actuales). Si se va Borrell es malo; si se queda algunos pensarán que también por lo que de socialista tiene el ministro. Lástima de listas abiertas perdidas en el particular limbo de los intereses sectarios y endogamias partidistas subsiguientes. Lástima que un político valiente pueda irse. Lástima que podamos perder a alguien comprometido con tanto rigor en su gestión, un ejemplo de equilibrio entre lo deseable y lo conveniente.
Hacer política es decidir sobre asuntos en los que los técnicos no pueden decidir, o sea lo que ha intentado hacer Borrell, el ministro catalán con las ideas claras como el agua sobre los asuntos del Agua. Vi en los ojos del ministro pena y decepción en un momento determinado: al afirmar, ya digo que con pena, que el Plan Hidrológico ha de esperar a la formulación de los Planes de Regadío y Planes de Cuenca. Y esa espera habrá de ser larga; a pesar de que las cuencas deficitarias no puedan aguardar demasiado, por mucho que en la próxima primavera nos quedemos más secos que las ñoras. Hablaremos en Abril de todo ello, poco antes de las durísimas campañas electorales que se avecinan y que habrán de ser llevadas por políticos dispuestos a todo pero sin brillantes ideas que ofrecer a las soluciones escasas que presentan los grandes problemas.
JUAN GUILLAMÓN
La verdad. Diciembre 1994
Pues bien, próximos como están los tiempos para que se produzcan cambios políticos en este país de la España mía y nuestra, a veces madre pero siempre madrastra (dicen); inminente que parece el cambio de la izquierda por la derecha a pelo, sin condiciones, excepción hecha de las facturas que en su día podrían presentar los catalanes; en estas circunstancias me acuerdo del coste de oportunidad. Veamos: si el país decide, como es de esperar, dar una oportunidad al PP, el coste para los murcianos se llama Borrell. Esto es lo que perderemos. Y no es poco. Ustedes no han visto hablar en la corta distancia al ministro de Obras Públicas, de lo contrario deberían tenerle la devoción debida. Yo lo he visto dictar su lección sobre el Agua en un ambiente relajado, sin periodistas, sin políticos de la oposición, sin compañeros guerreros de su partido de por medio, sin defensores expresos de las barricadas hidráulicas regionales infiltrados por entre los sillones de un salón de actos independiente, con la sola presencia de un loco y baboso ex senador, hoy afortunadamente olvidado de todos. Le he escuchado, entendido y admirado. No hay en España, hoy día, nadie tan convencido de una Política Hidráulica basada en las transferencias hídricas como Borrell. Nadie que pueda exponer argumentos tan firmes como él cuando de trasvases se hable. Argumentos procesados en una inteligencia extraordinaria y expresados magistralmente con una facilidad de palabra poco común.
La semana pasada en el Salón de Actos del Colegio de Ingenieros de Caminos en Madrid fue presentado un libro (póstumo) de Juan Benet por el ministro de Obras Públicas. Denominado, el libro, Prosas Civiles, en él se recogen escritos no editados del ingeniero y escritor, la mayoría de ellos -o al menos los más interesantes- relativos al agua. En dicha presentación, el ministro se apoyó en el pensamiento de Benet para formular sus conceptos sobre política hidráulica. En algún momento no supe distinguir si el que hablaba era el pensador o si el que pensaba era el que hablaba, tal era la pasión con que el ministro defendía la visión preclara de Benet respecto a la corrección hidráulica de las dos Españas: la seca y la mojada.
Durante mucho tiempo he mantenido que el espíritu regeneracionista de Joaquín Costa fue heredado por la pareja político-técnica que formaron, para esperanza de las tierras áridas, Indalecio Prieto y Manuel Lorenzo Pardo. Después de ellos, el más sagaz e inteligente mantenedor de las ideas hidráulicas avanzadas ha sido Juan Benet. El contenido del Plan Hidrológico, todavía increíblemente dormido, responde en casi toda su totalidad a un esquema preconcebido por Benet, en donde el Tajo se constituye como el pulmón o colector esencial para el conjunto de las transferencias hidráulicas previstas.
El ministro Borrell ha defendido la aprobación del PHN sin éxito, y es lástima que en la hora del adiós será él -precisamente- el último de una sucesión de ministros socialistas incapaces de resolver durante doce largos años un asunto de esta trascendencia. Un asunto, el del Agua, que los centristas (valientes y denodados) de la UCD quisieron poner en marcha con una premura que para sí quisieran ahora los unos y los otros, empeñados en echarse las culpas hídricas con todo el descaro del mundo (me refiero a la izquierda y la derecha actuales). Si se va Borrell es malo; si se queda algunos pensarán que también por lo que de socialista tiene el ministro. Lástima de listas abiertas perdidas en el particular limbo de los intereses sectarios y endogamias partidistas subsiguientes. Lástima que un político valiente pueda irse. Lástima que podamos perder a alguien comprometido con tanto rigor en su gestión, un ejemplo de equilibrio entre lo deseable y lo conveniente.
Hacer política es decidir sobre asuntos en los que los técnicos no pueden decidir, o sea lo que ha intentado hacer Borrell, el ministro catalán con las ideas claras como el agua sobre los asuntos del Agua. Vi en los ojos del ministro pena y decepción en un momento determinado: al afirmar, ya digo que con pena, que el Plan Hidrológico ha de esperar a la formulación de los Planes de Regadío y Planes de Cuenca. Y esa espera habrá de ser larga; a pesar de que las cuencas deficitarias no puedan aguardar demasiado, por mucho que en la próxima primavera nos quedemos más secos que las ñoras. Hablaremos en Abril de todo ello, poco antes de las durísimas campañas electorales que se avecinan y que habrán de ser llevadas por políticos dispuestos a todo pero sin brillantes ideas que ofrecer a las soluciones escasas que presentan los grandes problemas.
JUAN GUILLAMÓN
La verdad. Diciembre 1994
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