Si algo hay de indiscutible importancia en la
ejecución de un puente es el material empleado, pues cada uno de ellos ha dado
lugar a una tipología distinta, característica. Piedra, a veces ladrillo
cocido, hierro, hormigón o acero han sido el material soporte en la ejecución
de puentes a lo largo de la historia. La piedra fundamenta el diseño en arco
resistente del puente. Con la aparición del hierro como material idóneo (dulce,
forjado, con adición de carbono...) la idea del arco se difumina porque es
posible lograr grandes luces empleando este material de características
resistentes mayores que la piedra. El hormigón, una vez descubierto el armado y
el pretensado, permite alargar tanto como se quiera las luces de los puentes
ejecutados con este material. Los puentes colgados, atirantados, gozan de
posibilidades ilimitadas en cuanto a estética mediante la aplicación correcta
de las combinaciones posibles entre hormigón y acero. En fin, los nuevos
materiales abren perspectivas estéticas fundadas en el empleo de esos
materiales, algunos no tan novedosos como son las fibras de vidrio, carbono o
aramina.
En la práctica sucede que cuando se descubre y emplea un nuevo material, el diseño se acomoda a la tipología imperante de acuerdo con el material descartado, aunque al cabo de unas cuantas actuaciones se desarrollará una nueva tipología cuya relación con el material empleado es unívoca y recíproca. La piedra da tipologías en arco; el hierro o el acero propicia la supresión de rellenos en los tímpanos clásicos de los puentes de piedra y lo sustituye por piezas metálicas en donde los esfuerzos, de tracción o compresión, están perfectamente controlados. Con el hormigón pretensado es posible alcanzar grandes luces. Con el hormigón -como elemento apto para resistir fuertes compresiones- y el acero -habilitado para hacer frente a las tracciones y por tanto a las flexiones producidas en el tablero del puente- pueden lograrse formas de extraordinaria belleza (pasa en casi todos los puentes colgados o atirantados).
De acuerdo con lo anteriormente
enunciado no es posible plantear supuesto alguno diferente al que se propone
para justificar cómo han de participar en los puentes las dos ‘actitudes’
principales que en ellos coexisten, la mayor parte de las veces en plena
armonía: función y belleza. Un puente ha ser bello, pues se trata de una
construcción destinada al uso diario que establecen vehículos y personas dentro
de un cierto ambiente: urbano o rural, de manera que su necesario
establecimiento para abordar sin peligro el paso de cauces, naturales o
artificiales, debe respetar la norma ineludible de estar integrado en el medio
donde se ubica y, por tanto, los puentes son el mejor ornamento de las ciudades
y campos cruzados por ríos, caudalosos o no. Puesto que la belleza de un puente
es necesaria, está fuera de toda duda que las tesis funcionalistas ayer
vigentes (bien que de modo parcial en algunos, pocos, ingenieros) no tienen
sentido. Es decir, nada de actitudes humildes, ascéticas y propósitos
fervientes de hacer ‘mínimos consumos’ en la construcción de puentes. Nada que
objetar, sin embargo, al pensamiento de Fernández Casado, para quien la
simplicidad es una virtud, y por tanto la belleza consiguiente en la aplicación
de lo anterior deviene en belleza objetiva. La cuestión más interesante dentro
de lo que es necesario discernir para justificar la calidad de un puente es su
belleza. Y a ella no hay otro modo de llegar si no es a través de la formación
científica del proyectista, quien tratará de encontrar la forma por medio de
una idea que se concreta en función de la característica resistente del
material empleado. Estamos diciendo que
lo bello en un puente es la percepción directa obtenida de armonizar las reglas
de la ciencia y del arte. El factor estructural, la función resistente, es lo
que marca la dirección en que han de ejecutarse las partes del puente que dan
con la forma.
Saavedra, insigne
ingeniero lo explica: ‘la física es el nervio de la arquitectura como la lógica
lo es de la elocuencia’. E. Torroja
dispuso que ‘antes y por encima de todo está la idea moldeadora del material en
forma resistente’. Agustín Betancourt,
fundador de la Escuela de Ingenieros de Caminos, fue un verdadero y acreditado
espía industrial tan eficiente que con motivo de una visita a Inglaterra supo
deducir el funcionamiento de una máquina con tan sólo observar sus formas
exteriores. J.A.Fernández Ordoñez
pretende llegar a la belleza a través de ‘la ambición científica, la pureza
técnica y los cálculos refinados’. Los puentes, según Manterola, se conciben de acuerdo con lo que es natural en los
ingenieros: ’cualquier decisión viene acompañada de un juicio que establece si
lo proyectado es o no adecuado resistentemente y si el material es escaso o
excesivo’. Y por último, ya, a mediados del siglo XVIII, Durand, catedrático de Arquitectura en la Escuela de Ponts et
Chaussèes de París, dictaba que los materiales han de ser empleados ‘en función
de sus cualidades y su finalidad’.
Desde el punto de vista ingenieril, no obstante en perfecta comunión
con las reglas del arte, es absurdo diseñar una forma en donde los materiales
trabajen en dirección opuesta a lo que sus fibras resistentes ofrecen.
La evolución formal del diseño de
puentes (que debe ser objeto de reflexión más importante) contada a partir de
la creación de la Escuela de Ingenieros de Caminos hace más de 200 años justos
pasa a mi modo de ver por las siguientes etapas:
1. - Primera mitad del XIX,
caracterizada por la búsqueda de la belleza bajo el sometimiento estricto a la
forma, según el criterio de Betancourt.
2. - Mediados el siglo XIX, la
ciencia y el arte se conjugan y se sigue la bandera emblemática que portan
Echegaray y Saavedra (ingenieros brillantes, tan cultos como humanistas) entre
otros.
3. - Final del siglo XIX y comienzo
del XX. Se observa un ligero retroceso en cuanto a la necesaria consideración
de la belleza, relegada a un segundo plano, según el pensamiento de Ribera
(actitud de humildad, ascetismo y mínimo consumo en la concepción del puente).
4. - Mitad del siglo XX. Se caracteriza por la
búsqueda de la belleza que surge del rigor técnico y la aparición del
pretensado, debido a Freissynet. Es un período trascendental para el desarrollo
de los puentes que tienen en Torroja y Fernández Casado a sus mejores artistas.
5. - Final del siglo XX y actual,, caracterizada por
la ambición científica que lleva irremediablemente a la belleza: Son notables,
en esta época, Fernández Ordoñez, Martínez Calzón, Manterola, Arenas y Calatrava,
entre otros.
Como conclusión necesaria para que nadie pueda caer en la trampa
funcionalista -que consiste en apreciar en exclusiva la belleza de una obra de
ingeniería sobre la base de la adecuación a su propósito- admito que es de todo
punto necesario no olvidar, jamás, las humanidades para, entre otras cosas, no
ser esclavos de la técnica.
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