viernes, noviembre 14, 2014

EL PUENTE: UNA ESTRUCTURA RESISTENTE Y ESTÉTICA...PERO FUNCIONAL





Si algo hay de indiscutible importancia en la ejecución de un puente es el material empleado, pues cada uno de ellos ha dado lugar a una tipología distinta, característica. Piedra, a veces ladrillo cocido, hierro, hormigón o acero han sido el material soporte en la ejecución de puentes a lo largo de la historia. La piedra fundamenta el diseño en arco resistente del puente. Con la aparición del hierro como material idóneo (dulce, forjado, con adición de carbono...) la idea del arco se difumina porque es posible lograr grandes luces empleando este material de características resistentes mayores que la piedra. El hormigón, una vez descubierto el armado y el pretensado, permite alargar tanto como se quiera las luces de los puentes ejecutados con este material. Los puentes colgados, atirantados, gozan de posibilidades ilimitadas en cuanto a estética mediante la aplicación correcta de las combinaciones posibles entre hormigón y acero. En fin, los nuevos materiales abren perspectivas estéticas fundadas en el empleo de esos materiales, algunos no tan novedosos como son las fibras de vidrio, carbono o aramina.

En la práctica sucede que cuando se descubre y emplea un nuevo material, el diseño se acomoda a la tipología imperante de acuerdo con el material descartado, aunque al cabo de unas cuantas actuaciones se desarrollará una nueva tipología cuya relación con el material empleado es unívoca y recíproca. La piedra da tipologías en arco; el hierro o el acero propicia la supresión de rellenos en los tímpanos clásicos de los puentes de piedra y lo sustituye por piezas metálicas en donde los esfuerzos, de tracción o compresión, están perfectamente controlados. Con el hormigón pretensado es posible alcanzar grandes luces. Con el hormigón -como elemento apto para resistir fuertes compresiones- y el acero -habilitado para hacer frente a las tracciones y por tanto a las flexiones producidas en el tablero del puente- pueden lograrse formas de extraordinaria belleza (pasa en casi todos los puentes colgados o atirantados).
            De acuerdo con lo anteriormente enunciado no es posible plantear supuesto alguno diferente al que se propone para justificar cómo han de participar en los puentes las dos ‘actitudes’ principales que en ellos coexisten, la mayor parte de las veces en plena armonía: función y belleza. Un puente ha ser bello, pues se trata de una construcción destinada al uso diario que establecen vehículos y personas dentro de un cierto ambiente: urbano o rural, de manera que su necesario establecimiento para abordar sin peligro el paso de cauces, naturales o artificiales, debe respetar la norma ineludible de estar integrado en el medio donde se ubica y, por tanto, los puentes son el mejor ornamento de las ciudades y campos cruzados por ríos, caudalosos o no. Puesto que la belleza de un puente es necesaria, está fuera de toda duda que las tesis funcionalistas ayer vigentes (bien que de modo parcial en algunos, pocos, ingenieros) no tienen sentido. Es decir, nada de actitudes humildes, ascéticas y propósitos fervientes de hacer ‘mínimos consumos’ en la construcción de puentes. Nada que objetar, sin embargo, al pensamiento de Fernández Casado, para quien la simplicidad es una virtud, y por tanto la belleza consiguiente en la aplicación de lo anterior deviene en belleza objetiva. La cuestión más interesante dentro de lo que es necesario discernir para justificar la calidad de un puente es su belleza. Y a ella no hay otro modo de llegar si no es a través de la formación científica del proyectista, quien tratará de encontrar la forma por medio de una idea que se concreta en función de la característica resistente del material empleado.  Estamos diciendo que lo bello en un puente es la percepción directa obtenida de armonizar las reglas de la ciencia y del arte. El factor estructural, la función resistente, es lo que marca la dirección en que han de ejecutarse las partes del puente que dan con la forma.
Saavedra, insigne ingeniero lo explica: ‘la física es el nervio de la arquitectura como la lógica lo es de la elocuencia’. E. Torroja dispuso que ‘antes y por encima de todo está la idea moldeadora del material en forma resistente’. Agustín Betancourt, fundador de la Escuela de Ingenieros de Caminos, fue un verdadero y acreditado espía industrial tan eficiente que con motivo de una visita a Inglaterra supo deducir el funcionamiento de una máquina con tan sólo observar sus formas exteriores. J.A.Fernández Ordoñez pretende llegar a la belleza a través de ‘la ambición científica, la pureza técnica y los cálculos refinados’. Los puentes, según Manterola, se conciben de acuerdo con lo que es natural en los ingenieros: ’cualquier decisión viene acompañada de un juicio que establece si lo proyectado es o no adecuado resistentemente y si el material es escaso o excesivo’. Y por último, ya, a mediados del siglo XVIII, Durand, catedrático de Arquitectura en la Escuela de Ponts et Chaussèes de París, dictaba que los materiales han de ser empleados ‘en función de sus cualidades y su finalidad’.
Desde el punto de vista ingenieril, no obstante en perfecta comunión con las reglas del arte, es absurdo diseñar una forma en donde los materiales trabajen en dirección opuesta a lo que sus fibras resistentes ofrecen.
            La evolución formal del diseño de puentes (que debe ser objeto de reflexión más importante) contada a partir de la creación de la Escuela de Ingenieros de Caminos hace más de 200 años justos pasa a mi modo de ver por las siguientes etapas:
            1. - Primera mitad del XIX, caracterizada por la búsqueda de la belleza bajo el sometimiento estricto a la forma, según el criterio de Betancourt.
            2. - Mediados el siglo XIX, la ciencia y el arte se conjugan y se sigue la bandera emblemática que portan Echegaray y Saavedra (ingenieros brillantes, tan cultos como humanistas) entre otros.
            3. - Final del siglo XIX y comienzo del XX. Se observa un ligero retroceso en cuanto a la necesaria consideración de la belleza, relegada a un segundo plano, según el pensamiento de Ribera (actitud de humildad, ascetismo y mínimo consumo en la concepción del puente).
4. - Mitad del siglo XX. Se caracteriza por la búsqueda de la belleza que surge del rigor técnico y la aparición del pretensado, debido a Freissynet. Es un período trascendental para el desarrollo de los puentes que tienen en Torroja y Fernández Casado a sus mejores artistas.
5. - Final del siglo XX y actual,, caracterizada por la ambición científica que lleva irremediablemente a la belleza: Son notables, en esta época, Fernández Ordoñez, Martínez Calzón, Manterola, Arenas y Calatrava, entre otros.
Como conclusión necesaria para que nadie pueda caer en la trampa funcionalista -que consiste en apreciar en exclusiva la belleza de una obra de ingeniería sobre la base de la adecuación a su propósito- admito que es de todo punto necesario no olvidar, jamás, las humanidades para, entre otras cosas, no ser esclavos de la técnica.




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