Demasiada cantidad de política en
la cabeza de cada quien. Es metafísicamente imposible que dos lleguen a
compartir opiniones si cada uno de ellos antepone la premisa de mantener
incólume la defensa integral de lo que
es su propia ideología. Entones el enfrentamiento no da para nada. No es
posible pedir a alguien que se deje perder
frente a quien discute sus argumentos. El debate debería ser imparcial,
razonable, de corte científico y sometido éste a la incertidumbre. Se debería
encontrar el modo de entender aquello que no proviene, en exclusiva, de lo
proléptico de nuestros específicos criterios. Los argumentos deberían estar
ausentes de pasión (exactamente lo que nos sucede cuando se pierde el norte). El
respeto a cada persona, ¿deviene de la calidad de sus argumentos, del tesón
necesario en la exposición, de su contenido ideológico, ya oportuno ya sesgado,
o de la forma en que se produce el discurso? No sé. Disponemos de una cierta
incapacidad para aceptar un debate en donde se sabe positivamente que no habrá
acuerdo, tan fuerte es la deshilvanación entre razones políticas, ayer
divergentes en la prudencia, hoy enemistadas hasta lo máximo. Em efecto,
incapacidad.
Nos estamos encerrando en el
engaño: políticamente, entre los unos y los otros, es imposible el acuerdo que
desea la ciudadanía, pues esta cuestión, tan importante y objetiva, dispone de
una invisible y oculta escritura que se desvanece tras el interés político que
a los políticos les da trabajo.
Ni aunque el ademán muestre fortaleza en la confrontación, por siempre tenaz e impasible. Malo.
2 comentarios:
Bonita reflexión, aunque se haga después de...También habría sido válida unos meses o años antes.
Pues sí.
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