Por
decenas se pueden contar las asistencias a homenajes y fervorines de personas
que me han sido cercanas pero ninguna como ésta que, so pretexto de acompañar a
José Manuel Martínez en su jubilación, ha supuesto un montón de emociones
–sobre todo a quienes los sentimientos nos domeñan sin miramientos- dadas la
intensidad de los aplausos y la interminable duración de los mismos. Siempre
–por lo general- se ha tenido por distantes a los grandes triunfadores, a
aquellos cuyo liderazgo en lo que fuese se hubiera manifestado con rotundidad.
Sin embargo, el caso que nos ocupa es paradigmático en cuanto supone con cierta
exactitud aquello de que ‘la excepción confirma la regla’. La brillantez de
este joven jubilado (oxímoron perfecto) solo se iguala en magnitud con la
sencillez y eficacia llevada a cabo en su gestión. Basta para ello observar
(¡admirado!) la sorpresa que supone el examen imparcial de los resultados
habidos a lo largo de diez años en la presidencia de MAPFRE, la transformación
empresarial conseguida y la perfecta adaptación a los elementos que hacen una
empresa grandiosa, cumplidora exacta de los compromisos adquiridos respecto a
su función social en esta España, democrática España, que atraviesa una crisis
tan lamentable.
En
estos diez años de presidencia, los ingresos consolidados de MAPFRE pasaron de 8.000
millones de euros a 23.000, y los beneficios netos de 300 a 1.600. En cuanto a los
puestos de trabajo, en ese mismo período, de 16.000 a 34.000. MAPFRE
está entre las primeras empresas de España y es líder mundial del Seguro en
muchos países del mundo.
Agazapado
tras unos apellidos tan prosaicos, Babel Martínez actúo con diligencia,
deliberadamente ajustado su perfil a la baja y demostró una eficacia capaz de
superar, años tras año, los ratios empresariales, por mucho que, cada vez, los
objetivos fueran cada vez mayores.
La
vida es tan fugaz que uno no es capaz de sustraerse al vértigo con que los
asuntos mundanos transcurren. 40 años no es nada; es en realidad (incierta e
inquietante realidad) el ayer inmediato. Por eso, atrapados sin conmiseración
en el tiempo, prisioneros de él, en el momento de su despedida, los
sentimientos de los casi 2.000 asistentes a lo que, por derecho, fue una
ejemplar despedida, se pronunciaron mediante ese interminable aplauso colectivo
de todos que, repito, a quienes la emoción nos desborda con facilidad puso el
lagrimeo a punto de estallar.
Juan Guillamón.
La verdad, marzo 2012
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