Pues unos 50 años, no más, pasarán para que el drama energético que nos acosa sea apenas una gelepa dentro de los problemas que la Humanidad pudiera tener. No importa que más de dos tercios de la población serán asiáticos y hayan logrado disponer de una intensidad energética similar a la que ahora un tercio de la población (EEUU y Europa incluidas) gozan. No habrá problema, pues el milagro se producirá cuando el hombre pueda dominar las técnicas de la fusión nuclear. En efecto, se sabe que el deuterio (el futuro rey de la fusión), algo así como el hidrógeno pero más pesadito, se encuentra en el agua del mar a razón de unos 34 gramos por cada metro cúbico, lo que otorga (a cada m3) una potencial energía equivalente a la de 200 toneladas de petróleo. Sabiendo que el volumen de agua existente en los océanos es del orden de mil quinientos millones de kilómetros cúbicos, la energía total disponible (si la ponemos en relación con el consumo mundial de este año) serviría para el abastecimiento de treinta mil millones de años (¡¡), esto es, para seis veces la duración del tiempo de existencia de nuestro planeta. Entonces, dentro de 50 años, todos, incluidos chinos e indios, se olvidarán de que la energía es un gran problema pues la disposición del recurso será infinita. Y todo porque el deuterio es un elemento tan pequeño como tan de gran sección eficaz para el choque.
Sucederán cosas que, por suerte, nada tendrán que ver con las formulaciones tan negativas que se infieren de los puntos de vista actuales. El movimiento ecologista quedará sin uno de sus más firmes argumentos con los que lanzar apocalípticas admoniciones en materia nuclear pues, eliminada la obtención de energía por medio de la fisión nuclear, ya el nuevo procedimiento garantiza la no aparición de residuos nucleares. También, quedará extinguida la resuelta lucha intermunicipal por hacerse con un Almacén Temporal de Residuos (ATC) porque no habrá residuos. La energía nuclear dejará de ser un ‘clásico’ para discriminar entre las izquierdas y las derechas y -sobre todo- el petróleo, el carbón y el gas pasarán a la categoría del carburo y las antorchas de betún. Pero, sin duda, lo que sí sucederá será que los jóvenes, y no tan jóvenes, de dentro de 50 años, mirarán con cierta sorna cómo eran las cosas en materia de energía 50 años atrás (igualico que hoy miro con guasa la lámpara de carburo con que mi tío Eugenio se alumbraba en su casa de El Chichás, La Unión). Sería esto lógico y respetable, siempre y cuando se reconozca que el ‘recorrido’ de la Humanidad tiene que ver, siempre, con el objetivo de progresar y, luego, seguir progresando todavía más. Pitágoras (¿hace 2.500 años?) apreció una relación universal entre los cuadraditos que descansan sobre los lados de un triángulo (rectángulo) y ello pese a que es fácil suponer que por no existir no habría ni escuadras ni cartabones: hubo que inventarlos.
Más adelante en el tiempo, ¿sería posible tal escenario –dentro de 50 años- si hoy no se hubieran dedicado para la construcción y explotación del ITER (Reactor Termonuclear Experimental Internacional) casi 20.000 millones de euros? No, porque el asunto de la fusión requiere la formación de un plasma (deuterio y tritio) calentado a 50 millones de grados centígrados para propiciar el choque útil entre partículas con un saldo probabilístico de una fusión (de núcleos) por cada millón de choques. Se necesita mucho tiempo y dinero para encontrar una solución técnica y, por supuesto, comercial. Y qué decir de Rutherford y su descubrimiento de la estructura del átomo hace ya más de cien años. O de Fermi, en Italia, cuando en 1934 sabía bombardear con neutrones. Claro que más prodigioso descubrimiento por su aplicación futura cabe destacar a Pauli: ¡Supo determinar la incompatibilidad cuántica de dos electrones! Y los Curí, Bohr, Einstein, y toda la tropa de científicos del siglo XIX que con ‘palicos y cañicas’ pusieron los cimientos de las teorías de las masas y las ondas que han de conducir al mundo hacia un equilibrio hoy en entredicho.
Todo lo que tenemos hoy se lo debemos al talento de nuestros antepasados, ellos a los suyos y así sucesivamente hasta el que inventó la rueda,o la quijada del asno como arma mortal, porque el presente nos indica el cómo se ha de llegar al futuro. Aunque, eso sí, no lo determina con exactitud: el azar y la probabilidad, sí.
Cualquier tiempo pasado es fundamental.
La verdad, oct. 2010
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