Fernando Roca, dice:
(POR EL CAMINO VERDE) Verdaderamente, Juan, me preocupan estas tendencias tuya a pegarle fuego a las cosas. Sobre todo, porque un hombre de tu cultura, con seguridad no desconoce la vieja advertencia de Heine, "quien quema los libros acaba quemando a las personas". Y es que, este tipo de propensiones son normales en un estibador del Báltico, en un "aguador" de plataneras, o en un peón caminero, pero han de calificarse de rigurosamente excepcionales en gente de orden, entre los que te incluyo indubitadamente, por tu persona, historia y métodos, a los que aprovecho para rendir, una vez más, mi adhesión más encendida.
No menos inquietante es esta otra tendencia tuya a retratar mi guarida administrativa, aprovechando que estoy meando, desayunando o cualquier otro gerundio real o imaginario. La apelación al orden está demostrado que posee ribetes psiquiátricos. Yo me encuentro bien en lo tú llamas desorden y yo, simplemente, "estado de pérdida momentánea". Por increíble que te parezca, nunca he perdido un papel que no mereciera ser perdido. La gente se asombra de cómo localizo al instante, todo género de cosas, incluso de origen animal, que sospecho habitan en la guarida y me acompañan desde hace décadas a modo de mascotas invisibles. Siento, por otra parte, que no te hayan hecho ni vocal ni consonante, pero estoy seguro de que se trata, como mis objetos perdidos, de un estado transitorio, que la fortaleza moral de tu trabajado espíritu superará con creces.
En fin, te dejo, recordando algo del "Libro de los jueces",que no recuerdo de memoria el capítulo, y dice así: "Es más difícil encontrar un hombre justo que un hombre santo". Aunque, consuélate, como dicen los sefardíes de Constantinopla, (que ya no queda casi ninguno), "Ya mereses medaya". o en tu caso, y atendiendo a tu condición de Ingeniero, podríamos traducir, "Ya mereses Paleta -de oro-)". Por el camino verde, por el camino verde.
Y yo, respondo:
Estás en lo cierto, Fernando Roca, no cabe duda alguna: jamás pierdes un papel…si el papel te interesa, claro, pues de lo contrario harías del despacho una especie de guarida enigmática, alborotada y abstrusa en donde la búsqueda del papel que dé con la solución a uno de mis innumerables problemas –ahora ya, no más allá de ligeras inquietudes, pues me libré, no sin sentirlo, de tu yugo normativo (cruel, a veces)- sea algo virtualmente posible. Quizá te sentirías mejor (trigémino a la espalda) si reconocieras que rehúyes buscar papel alguno que no te importa porque generalmente no lo habrías de encontrar. Ni en tu despacho, ni en el de los interventores, ni en el de los jefes de servicio cuyo contenido no responde a nada que no sea económico. Con una humildad impropia de mí te pediría que cerraras tu despacho, sin fuego atizador; que huyas con la velocidad del rayo a refugiarte en lugar seguro, allí donde los consejos que recibieres tuvieran el tenor bondadoso de mis propias admoniciones, tan llenas de sentido nada común y en absoluto miserables. Tu destino lo hallarás en los confines de la ingeniería, en donde aprenderías a sumar y ver –observando con sigilo- que, en efecto, dos y dos son exactamente cuatro, sin margen de error alguno. Y a las pruebas de las modificaciones esperpénticas me remito: ¿quién puede sentirse afortunado en situación delirante –y provocada- que resulta de ese acto de magia, improcedente y absurdo (por reducción inveterada), que convierte un concurso de aplicación meditada en una subasta ordinaria? Como te pierdes –a conciencia- entre los vericuetos de lo complementario, pasa ante ti, sin que te apercibas de ello, todo un modificado de los asuntos capitales que (observados con detenimiento ante él) a lo mejor te daría la luz que necesitas para alumbrar nuevas y renovadas ideas de tu imaginario jurídico, de ése de donde extraes tus propuestas normativas. Así, alumbrando ideas y no sólo conceptos, llegarías al conocimiento de que hay vida después de las vocales y consonantes, pues hay quienes (como yo) son capaces de rimar en asonante dando por concluida una aproximación nada despreciable, una vez fracasado el intento de convertirme no ya en la primera vocal del abecedario sino en cualquiera de ellas, ya vocal, ya simple consonante.