Para los ingenieros, el dato del Agua es demasiado variable en el corto plazo; semiconstante en el medio plazo y casi constante en el plazo largo, estudiada con series anuales cardinalmente importantes. Así pues, resulta intolerable, bajo el punto de vista ingenieril, no estimar las necesidades del Agua -y su garantía de servicio- bajo un criterio hiperanual. La regulación interanual es consustancial al método de trabajo de los ingenieros hidráulicos. Examinar la distribución de lluvias a lo largo de un año no produce información fiable para determinar con garantía suficiente el Agua disponible. Por eso, examinar la pluviometría a lo largo de series de setenta o cien años es muy procedente para cualquier planificación hidráulica sometida a los cánones científicos más ineludibles. Y esto, hoy, cobra especial valor por cuanto la intrusión política a que se ven sometidas las disciplinas, no ya hidrológicas sino hidráulicas, es verdaderamente intolerable
Hemos llegado al punto infausto de determinar la procedencia o no de la instalación de mecanismos hidráulicos en función del llamado ‘método de la ventana’: me asomo a ella y sí llueve, no hago nada y dejo que la Naturaleza fluya a su aire, por muy criminal que este aire sea. Por el contrario, si una vez de codos sobre el alféizar de la ventana del estudio de los planificadores hidráulicos, observo que durante un periodo de tiempo corto o (muy cortito) no llueve, dispondré de una tubería, cuyo coste no supere 180 millones de euros, o así, para disponer del traslado de agua de un sitio a otro; eso sí, si a la semana siguiente comenzara a llover, mi compromiso sería el de levantar tal tubería (a despecho del euro).
Este desatino de planificación sustituye al muy aceptado método que los ingenieros denominamos 97-97, cuyo significado es que –siempre- para la población, su industria y su agricultura, se debe garantizar durante el 97% del tiempo el 97% de las necesidades derivadas de la actividad económica y social. Pero por desgracia en España hoy priman las banderas territoriales, los políticos avezados que, enarbolando la bandera del Agua, bien sea con ‘Agua para todos’, bien con ‘El agua es mía’, impiden cualquier tipo de planificación, algunos so pretexto (malvado) de que es la Naturaleza, la propia Naturaleza quien justifica medidas sectarias e infames. Y lo que es peor, con el apoyo de un no muy nutrido grupo de ingenieros que no dudan en calificar las obras hidráulicas bajo el repulsivo calificativo de faraónicas, como despreciando abiertamente el sentido del trabajo ingenieril que no tiene otro objeto que hacer que la vida de los ciudadanos no sea una constante tragedia, pues piénsese que, en efecto, la Naturaleza le ha sido dada por Dios a los hombres para su uso, disfrute, reparación y mantenimiento.
Y como ejemplo de esta locura antihidráulica que territorialmente se expande por España cabe precisar que en Aragón, tras haber impedido la realización de una transferencia hidráulica de 1150 hm³ en la desembocadura del Ebro con destino al sur mediterráneo, han exigido (unánimemente) que en su Estatuto de Autonomía figure expresamente la cantidad de 6.550 hm³ para uso exclusivo de los aragoneses. La ciencia hidráulica debería presentar su dimisión irrevocable en esta España tan plural e insolidaria.
REVISTA 21, Madrid, junio 2008
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