lunes, mayo 07, 2007

DILE A ABDERRAMÁN QUE HAGA SU PALACIO EN EL MONTE




(I)
Con toda sinceridad debo reconocer mi modesta indignación intelectual cuando (casi siempre, en formación) los líderes ecologistas critican opiniones mías. Y no digo que yo siempre he de llevar la razón, mas -siendo incierta la realidad- puedo someterme a cualquier juicio -no sectario- en la seguridad de que jamás miento, ni manipulo. Las facciones ecologistas emplean un par de tácticas muy recurrentes para enfrentarse a quienes se pongan delante de un campo que consideran absolutamente suyo: la sostenibilidad. Parece que los demás no tenemos derecho a opinar sobre tal cuestión (1ª táctica). Y cuando lo hacemos, el ecologista de turno se encarga (2ª táctica) de interpretar la opinión del modo más negativo posible, de manera que ellos, como verdaderos apóstoles de la Naturaleza, santifican sus inconmovibles criterios al tiempo que te dejan a la altura de un verdadero imbécil científico. Y qué gran error el de Abderramán II al fundar Murcia en donde no debió hacerlo, caso de haber existido este enérgico ecologismo que ahora nos conmueve. Mejor se hubiera ido a las montañas.

En los asuntos del río Ebro, me he mostrado francamente cándido frente a estos ecologistas, y les he dado pie para que pongan en práctica sus dos tácticas. Pero lo cierto es que yo digo lo que digo, no lo que ellos se empeñan en decir qué digo. Soy ‘cierto ingeniero’, y para algunos de su colectivo nada menos que "el tal Guillamón", tal como se expresa el sr. Chaston. Dos maneras estúpidas con las que me demuestran su desprecio. Pero no he de caer en la trampa de la estupidez. Durante los tiempos tormentosos de este abril lluvioso que ha ocasionado desbordamientos indeseables a lo largo (y ancho) de todo el río Ebro, han sido muchas las voces que ha expresado el lamento de ver cómo de un río tan caudaloso no es posible sustraer cuota alguna de su caudal para ser transportado a tierras sedientas. La maliciosa y tendenciosa postura ecologista se aleja de lo que sólo es un lamento y adjudica a todos que lo que estamos diciendo es que el agua del Ebro no se debe desperdiciar en el mar y debe venir toda al sur peninsular. Y además dicen que esto es una tontería. Naturalmente que es una tontería porque jamás nadie podría decir algo así y menos siendo "cierto ingeniero" o el ‘tal Guillamón’. La cuestión es, como dice textualmente la catedrática Vidal-Abarca, "¿Cuánta agua se puede extraer de un río (en este caso, el Ebro) sin alterar significativamente su capacidad para autodepurar, para mantener la vida acuática, para que cumpla, en definitiva, su función natural?". La respuesta es bien sencilla: no más del 6%, en la desembocadura. Mantener por tanto que esta detracción, bien que insignificante, es un atentado medioambiental al sistema hidráulico-hídrico del Ebro es como poco la constancia expresa de la identidad profunda que existe entre las teorías ecologistas y determinada opción política. Para que no haya dudas al respecto, procedo a justificarlo.

Veamos, el 9 de marzo la Tribuna de La verdad publicaba un artículo de Miguel Ángel Esteve, profesor de Ecología, titulado "En Murcia es posible" en el que además de difundir sabiamente su discurso objetivo (y aceptable) respecto a las cuestiones ambientales más relevantes, añade "... en Murcia es posible un desarrollo sostenible, sólo hemos de cambiar de gobierno. Este cambio es condición necesaria...". La libertad de cátedra da opciones tan plurales como ésta, si bien justo es recordar que en tiempos pretéritos la única libertad de cátedra existente era la Formación del Espíritu Nacional (FEN), inyectada directamente en vena. Esta expresión de la docencia tan identificada con una ideología política bien determinada, no cae en saco roto. En efecto, con posterioridad, el 29 de marzo, también en La verdad y bajo el título "La sardina multimedia", Ignacio Soto Molina, estudiante de Ciencias Ambientales, toma nota y textualmente escribe "... estando tan cerca del 27 de mayo, citamos al maestro ecólogo y ecologista Miguel Ángel Esteve, para decir que en nuestras manos está, no lo desaprovechemos. Nunca un voto habrá evitado tanto daño". El ecologismo está, como bien pueden verse, al servicio de la política. La libertad de cátedra da pie a incluir la política en la didáctica.

¿Por qué si no, este cacareo tan constante para denostar la detracción de 1.050 Hm3 en la desembocadura del Ebro junto a ese silencio intolerable, cómplice y farisaico frente a la reserva hídrica de 6.550 Hm3 "para uso exclusivo de la Comunidad Autónoma” que figura en el Estatuto de Aragón recién refrendado en el Senado? Política y nada más que política: 6.550 Hm3 es algo así como seis veces el volumen correspondiente al trasvase del Ebro derogado por cuestiones ambientales. Me permitirán, ecólogos y ecologistas, que en lo sucesivo no tome en consideración sus determinaciones hasta tanto en cuanto pongan en solfa la cuestión de la reserva hídrica aragonesa (y con una intensidad seis veces mayor).

(II)
En otro orden de cosas, me parece cuanto menos inapropiado hablar de boquerones, sardinas, búhos reales, anchoas, murcianos pedigüeños insaciables, demagogos, interpretación interesada del cambio climático, el río Po, el Ródano, el bacalao de Noruega, el bogavante, el rodaballo, el jurel, el Mar Negro, Chile, Taiwán, los langostinos, el río Mississippi, las Tres Gargantas, el Sudeste Asiático, África, el Golfo de México etc.... y no tengamos la decencia de establecer que la caridad bien ordenada empieza por el hombre, a quien debemos proteger, desde luego sin menoscabo del bogavante ni del rodaballo, procurando que las descargas de agua dulce al mar sean las que preserven el biotopo marino y su biocenosis, para mayor disfrute de aquellos que han de venir tras nosotros. Un dato que me parece muy interesante citar es que el 30% de los desastres naturales que se producen en el planeta corresponden a inundaciones. Gracias a los esfuerzos de ingenieros cuidadosos (sostenibles, por mucho que les pese a aquéllos que se creen dueños de este adjetivo tan manoseado como imprescindible en todo discurso políticamente correcto) que han establecido el diálogo adecuado entre los valores naturales a conservar y las modificaciones necesarias para hacer, dentro de un orden, compatibles sus potencialidades con los derechos de las personas, la tragedia no constituye algo cotidiano. No todos los que actúan sobre la Naturaleza son depredadores; por tanto, acusaciones de quienes entienden que la Naturaleza es intocable (algo así como quienes aman tanto la novia que desean que permanezca virgen) se pierden en el limbo de la inmanencia porque, para suerte de todos y desgracia de quienes hacen de la crítica desmesurada su virtud, la actitud generalizada ante la Naturaleza es hoy un valor que impregna a la generalidad de los profesionales que ejercitan su oficio teniendo presente aquello de que lo que hoy destruimos, mañana podría haber sido necesario para nuestros descendientes. Pero, convénzanse todos, aquéllos que actúan de buena voluntad, de alguna manera, a la Naturaleza deben que modificarla.


Y cuando en alguna ocasión he dicho que el Segura no es el río Nilo, me refiero al Nilo de aquellos faraones qué estúpidamente hicieron enterrarse con sus jodidas riquezas en sus formidables pirámides. En modo alguno me refiero al Nilo actual. Las inundaciones de sus llanuras aledañas han de evitarse porque los hombres han decidido instalarse en aquellos lugares en donde la vida promete algo más que la pobreza: en las márgenes de los ríos. Bien sé que acaso hubiese sido más saludable para todos haber escalado hacia las montañas y abandonado las riberas para que los regímenes fluviales, con sus sequías y sus inundaciones, hubieren campado por su respetos, pero lo cierto es que Murcia, fundada por Abderramán II, se situó exactamente de acuerdo con los criterios musulmanes que estimaban a nuestro viejo Thader en virtud de sus características muy parecidas a los ríos de sus lugares de origen: el Nilo, Tigris, Eúfrates etc., caracterizados por la variación fluvial que provoca la fertilización de sus valles. Hoy, las cosas son diferentes, pues sería estúpido permitir que el río Segura campara por sus respetos. Por eso, los distintos gobiernos de España han dedicado gran parte de sus presupuestos a evitar inundaciones. El Plan de Defensa contra las Avenidas, felizmente culminado, ha costado una pasta, pero ha merecido la pena porque los desbordamientos del río están controlados. Así se evitan desgracias importantes que -como ya dije- en esto de las inundaciones su aportación a las tragedias producidas por los fenómenos naturales es del orden del 30%. La Fundación Ingeniería y Sociedad, con la cual he participado en algunas de sus actividades, pretende armonizar la acción del ingeniero con las aspiraciones de la sociedad. Precisamente en Internet (www.futuropasado.com/?p=194 - 24k) puede examinarse el capítulo redactado por mí -Sistemas Hidráulicos en el Levante Peninsular- correspondiente al libro titulado Ingeniería Hispano Musulmana. En él se justifica la elección del Valle del Segura por parte de los moros, ya que -con rotundidad- en el siglo VIII nuestro río funcionaba como lo hacía el Nilo. Ahora bien, sería de locos haber dejado las cosas tal y como la propia Naturaleza las puso en este mundo.

Siguiendo con mis investigaciones he podido averiguar, además, que la cabaña de sardinas en la desembocadura del Ebro no depende de las descargas de éste, sino que están muy relacionadas con la dirección de los vientos reinantes. También que los peces de aguas profundas crecen más despacio por causa del cambio climático. Sucede, también, que la superficie afectada "como daños fuera del dominio público" es de unas 18.000 hectáreas en Aragón, con 4.000 arboladas, y 15.000 hectáreas en Navarra. Para su restauración se están preparando los preceptivos proyectos.

Y, en fin, aunque a los poderosos afincados en Murcia les interesa una visión peyorativa de la Naturaleza (MA. Esteve, dixit), lo cierto es que nadie puede creer que, con los recursos actuales, la cuenca del Segura puede asegurarse un futuro decente. El cambio climático nos convertirá en desierto, pues con agua desalada, más uso eficiente y más reutilización, ¿podremos, además de subsistir, mantener las masas de agua continentales y de transición en las condiciones de calidad que nos exige la Directiva Marco?

No.

Y ¿Quién le dice, ahora, a Abderramán que se haga su palacio en el monte…., y con ladrillos?
JUAN GUILLAMÓN.


La verdad, mayo 2000.










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