Ayer estuve participando en una reunión de individuos que huyen del escándalo, y sin embargo la mayor parte de ellos me producen eso, escándalo. Nada hay que me irrite más que escuchar la voz del orador que descubro como falso y sectario. Por eso he autorizado al dueño de mi inmanencia a que borre esta secuencia no deseada y escriba sobre lo borrado con notas musicales arrancadas de un chelo, un chelo profundo e íntimo, tal que en un instante mágico acompañara la voz prudente de Cayetano Veloso. Habría, así, conseguido un palimpsesto paliativo sin asomo alguno de placebo aparente e inicuo.
Para nada deseo el fracaso, me mantengo en el círculo vicioso que determina el radio seguro, con centro en la reiteración que se produce en los procesos de prueba y error, porque de aquí -con seguridad matemática- se consigue el éxito que ahoga cualquier fracaso. Y que no me llamen ‘tontodelcapullo’ porque siempre, siempre me anima una ilusión. Una ilusión que se deriva de la contemplación exhaustiva de todas las facetas que constituyen el Arte. Cantar, pintar, construir, esculpir, interpretar y danzar son el conjunto que me lleva a mi deporte favorito: leer y jugar. O lo que es lo mismo, viajar. Viajar a lo largo de mi pueblo, que es como una inmensa esfera de aproximadamente 5.500 km de radio. Fijar itinerarios favorables tomando como referencia siempre el punto de partida, Murcia, y pasando, en cualquier itinerario, radial o transversal por Santander, de forma tal que pueda abrevar sin mesura alguna en la Fuente de Cacho, mirando al Sardinero. Sin perder el control, porque de lo contrario, caería en la tentación -imposible de soslayar- de ejercer el oficio de vaquero en el valle de Pas, lo cual me llevaría tanto tiempo que habría de descartar esa otra obsesión mía de vender a voces miel por la Alcarria, a lo largo y ancho de ella. Pero siempre volvería a mi lugar de origen, a mis resecas raíces, azotadas sin delicadeza por una edad padecida y disfrutada a lo largo de un montón de años. Ya no me acuerdo.
Y así, discurrir por la vida hasta llegar al momento final en donde, a través de la muerte podamos encontrarnos todos, es decir, gentiles y creyentes, sabios e ignorantes. Y yo allí con todos, con Dolores, con mis hijos, mis amigos y todos mis hermanos.
Juan Guillamón. La verdad, oct 2006
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