Dice el Profesor Miralles, tras vivir en Murcia un montón de años, que el hecho diferencial de la Región es “hablar del Agua” y siendo que en la medida de lo razonable estoy de acuerdo con tan imaginativa percepción de nuestra realidad me propuse ver en Borrell a una especie de elemento pacificador de los anhelos murcianos en su triste deambular hacia un horizonte acuoso, vedado climáticamente, ocluido topográficamente y resoluble sin más que utilizar con destreza la cartografía. Fuera del ámbito político, en donde los debates oscurecen -siempre- la realidad, José Borrell es algo así como la garantía hidráulica para aquellos que viven del agua, siendo (además) probable que del agua vivimos casi todos los murcianos. Poco importa la base ideológica que sustenta la figura de Borrel pues me interesa más su concepción integral, química y mineralógica, y su sentido de lo que es una política hidráulica. Puestos a tomar en consideración aportaciones meritorias de unos y otros (¡al carajo el credo político de cada cual!) valoro el descubrimiento final que el PP anota en su Libro Blanco (del Agua): el criterio de la Solidaridad es incompetente para la solución de los equilibrios hidráulicos. A partir de ahora el agua -bien escaso- debe tener precio, si bien parece mucho más fácil identificar a quienes han de pagar ese precio que localizar e identificar quienes han de cobrar el agua si entendemos que el agua no tiene fronteras y por tanto propietarios de ningún tipo ni por ninguna causa basada en geografía y proximidad. A este respecto, Borrell -quien no me pareció, desde luego excesivamente lejano a la tesis del agua como bien escaso y en consecuencia a su valor monetario- advierte de un peligro que por mi parte también me ocupa: el delirio ultraliberal que nos puede llevar a un mercado del Agua mercantil, puro, del que se beneficien quienes no tienen sobre el Agua más poder que el concedido por la Administración.
Con mis disculpas hacia el Profesor Miralles, he referido dos o tres cuestiones del Agua para introducir el respeto que el candidato Borrell merece a mi limitado modo de ver las cosas. Un tipo seguro, brillante, duro, radical e inteligente es garantía de que sabrá rodearse de gestores de su propio nivel, lo cual nos tonifica frente a la angustia que produce tener por administradores públicos algunos de esos mastuerzos militantes y seguidores fieles del hierro partidista que tanto se imponen en la selección de sus devotos ante la mínima posibilidad de rellenar un puñado de cargos públicos. El catalán, de otro lado, reconoce el peligro del sentido nacionalista esgrimido como estrategia política sin que esto tenga nada que ver con la bondad de ir por el mundo atado al sentimiento nacionalista como modo de ver e interpretar las cosas: sí al sentimiento y no a la estrategia política. En esto de la estrategia, Borrel no entra en decir qué haría con Pujol si resultase vencedor en los próximos comicios, sino que opta por criticar cómo el Honorable le saca cuartos sin misericordia al Gobierno del PP a cuenta del pacto a que el Gobierno se obliga (¡lástima de partido de centro nacional desaparecido que nos evitaría estar, legislatura tras legislatura, en las garras e Pujol!). Al margen del debate político (y del Agua) tomo por cierto que Borrell culminó una política de inversiones en materia de carreteras muy favorable para la Región, hasta el punto de que bien puede decirse que al Corte Inglés se llega por autovía. El que corresponda al PP culminar lo que falta es cuestión cuya valoración deben establecerla los votantes.
El candidato Borrell es mucho mejor actuando como gestor que buscando las cosquillas al rival desde la oposición. En este sentido puedo apreciar que no se distingue demasiado de otros políticos ayer gobernantes y hoy en la oposición. Aun diría más, a Borrell se le ve a veces como envuelto en ese hálito de incompetencia que define la actitud de los socialistas en la oposición. Un punto de demagogia, impropia del rigor borreliano, se apunta cuando el candidato ofrece la ecuación por la cual se demuestra que para el próximo año el Gobierno ‘perderá’ cerca de un billón y medio de pesetas, para lo cual suma cantidades cuyas unidades homogéneas son discutibles tales como cero cuatro billones en concepto de menos fondos europeos, cero cinco billones para compensar a los catalanes, y cero seis billones de menos recaudación fiscal. Respecto a ello habrá quien piense que tal descripción caótica no es la tal suma directa que el candidato apunta, si bien por lo que a mí respecta no tengo ni idea.
Puesto que Borrell da la talla, lo tengo por buen candidato; le falta dar con el colofón adecuado dentro de lo más profundo de su partido pues lo contrario puede dar al traste con las posibilidades de victoria aun sin acudir a la lucha electoral propiamente dicha frente al otro candidato Aznar, por cierto más preocupado en vender una idea centrista que de poner criterios firmes para resolver los cuatro o cinco problemas que nos acucian manejando las dos o tres soluciones posibles. No más.
JUAN GUILLAMÓN
Con mis disculpas hacia el Profesor Miralles, he referido dos o tres cuestiones del Agua para introducir el respeto que el candidato Borrell merece a mi limitado modo de ver las cosas. Un tipo seguro, brillante, duro, radical e inteligente es garantía de que sabrá rodearse de gestores de su propio nivel, lo cual nos tonifica frente a la angustia que produce tener por administradores públicos algunos de esos mastuerzos militantes y seguidores fieles del hierro partidista que tanto se imponen en la selección de sus devotos ante la mínima posibilidad de rellenar un puñado de cargos públicos. El catalán, de otro lado, reconoce el peligro del sentido nacionalista esgrimido como estrategia política sin que esto tenga nada que ver con la bondad de ir por el mundo atado al sentimiento nacionalista como modo de ver e interpretar las cosas: sí al sentimiento y no a la estrategia política. En esto de la estrategia, Borrel no entra en decir qué haría con Pujol si resultase vencedor en los próximos comicios, sino que opta por criticar cómo el Honorable le saca cuartos sin misericordia al Gobierno del PP a cuenta del pacto a que el Gobierno se obliga (¡lástima de partido de centro nacional desaparecido que nos evitaría estar, legislatura tras legislatura, en las garras e Pujol!). Al margen del debate político (y del Agua) tomo por cierto que Borrell culminó una política de inversiones en materia de carreteras muy favorable para la Región, hasta el punto de que bien puede decirse que al Corte Inglés se llega por autovía. El que corresponda al PP culminar lo que falta es cuestión cuya valoración deben establecerla los votantes.
El candidato Borrell es mucho mejor actuando como gestor que buscando las cosquillas al rival desde la oposición. En este sentido puedo apreciar que no se distingue demasiado de otros políticos ayer gobernantes y hoy en la oposición. Aun diría más, a Borrell se le ve a veces como envuelto en ese hálito de incompetencia que define la actitud de los socialistas en la oposición. Un punto de demagogia, impropia del rigor borreliano, se apunta cuando el candidato ofrece la ecuación por la cual se demuestra que para el próximo año el Gobierno ‘perderá’ cerca de un billón y medio de pesetas, para lo cual suma cantidades cuyas unidades homogéneas son discutibles tales como cero cuatro billones en concepto de menos fondos europeos, cero cinco billones para compensar a los catalanes, y cero seis billones de menos recaudación fiscal. Respecto a ello habrá quien piense que tal descripción caótica no es la tal suma directa que el candidato apunta, si bien por lo que a mí respecta no tengo ni idea.
Puesto que Borrell da la talla, lo tengo por buen candidato; le falta dar con el colofón adecuado dentro de lo más profundo de su partido pues lo contrario puede dar al traste con las posibilidades de victoria aun sin acudir a la lucha electoral propiamente dicha frente al otro candidato Aznar, por cierto más preocupado en vender una idea centrista que de poner criterios firmes para resolver los cuatro o cinco problemas que nos acucian manejando las dos o tres soluciones posibles. No más.
JUAN GUILLAMÓN
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