miércoles, marzo 08, 2006

Clemente Sáenz Ridruejo

EN LA LAGUNA NEGRA Posted by Picasa

1 comentario:

Juan Guillamón dijo...

Cuando las cosas se vuelven torcidas y toman un giro absurdo con tintes profundos de inutilidad, a veces se producen situaciones del todo indeseables. Con los dedos de la mano se pueden contar las veces que hube asistido a las clases de Geología dictadas por Clemente Sáenz Ridruejo relativas a su asignatura, dándose la injusta circunstancia de que el aprobado se produjo a las primeras de cambio. Además, tengo que confesar con verdadero sentimiento de culpabilidad, que no asistí a ninguna de las clases Estéticas ofrecidas por José Antonio Fernández Ordoñez (ocupaba ese tiempo en copiar los problemas de Geotecnia de Carlitos Erenas), obteniendo -! qué gran pecado!- la calificación de sobresaliente (¡) gracias a un trabajo firmado por tres compañeros (Moisés Escolá, Ángel Muñoz, Paco Acubilla) y yo. Una larga experiencia, de años, con Carlos Ortuño me privó (y no se lo perdono) de aprender cosas mucho más interesantes con los profesores antes aludidos. Tuve conciencia de que Clemente Sáenz era digno de respeto cuando, allá por el año 1975 o 76, supe que participó en una fantástica excursión realizada en China, junto a José Antonio Fernández Ordoñez, José Torán, Enrique Pérez Galdós y otros. Después supe que uno de los amigos preferidos de Juan Benet era Clemente, al tiempo que el propio Juan Benet era también de los preferidos por Clemente. Por estas circunstancias, no tuve ocasión de expresar mi respeto hacia la figura del catedrático de Geología hasta que coincidimos en Juntas de Gobierno y Consejos Generales del Colegio. Del respeto, sin solución de continuidad, pasé a la admiración. Admiración que el propio Clemente, con la sutileza de su sencillez e inteligencia, apenas me hubo dejado practicar, pues se daba la increíble circunstancia de que, en nuestras conversaciones, casi siempre, el interesado por saber cosas del otro era Clemente. Claro que como yo siempre me empeño en dar lustre a mi caletre pude combatir esta irregularidad intelectual y supe apreciar la bonhomía, facundia y extraordinaria cultura que configuraban el baricentro de quien conseguí -eso sí, sin mucho esfuerzo- ser su amigo.
-Te advierto, Clemente, que no he encontrado la palabra balma en el diccionario- le dije, una vez, para provocarlo, ya que él la hubo empleado con cierta frecuencia en sus ensayos ejemplares en materia de piedras, cuevas y castillos.
-Sin embargo, en el diccionario de Madoz, sí que se recoge el vocablo-contestó, sin pestañear, por mucho que el tal diccionario hubo pertenecido, por descontado con cierta brillantez, a los oscuros años de mediados del siglo XVIII. El empleo de palabras de uso culto y pertenecientes al castellano más puro ha sido para Clemente un juego de niños: "las ovejas, motilonas de puro esquiladas". O ese oxímoron que con guasa característica ejemplificaba para el propio entendimiento de tan abstruso vocablo: "el Pensamiento Navarro".
Sin contar la clásica y obligatoria a Sigüenza de todos los años, sólo he participado en dos excursiones organizadas por Clemente, de las cuales recuerdo con emoción (casi me la sé de memoria) la realizada en agosto de 2002, forzando la ruta seguida por Almanzor, desde san Millán hasta su yacija en Medinaceli. Hasta qué punto la tradición puede condicionar la historia, ¿una herida pequeña apenas, tuvo Al Manssur?, o ¿el conde de Castilla, desde el espolón de su Castillo en Calatañazor dio jaque mate al Victorioso? ¿Qué pasó, en realidad, en el llano de la Batalla? Eso, una batalla, según el arabista Levi Provençal. O una simple refriega, sostiene Clemente Sáenz, una batallita. -Te advierto, Clemente -le dije entre serio y chungón- que yo voy a favor de Almanzor puesto que nació como yo en el sur, en Torrox (Málaga)-. Algo, en fin, es seguro: la litera del guerrero Al Manssur, fue su sepultura, su verdadera y auténtica yacija.

El saber, los conocimientos, de Clemente Sáenz son tan vastos, tan extensos, que siempre he supuesto un verdadero tormento intelectual en su privilegiado cerebro, pues es bien sabido que cuanto más se sabe, tanto más se ignora. Y, Clemente ignoraba más que nadie. Por eso, tengo una cierta seguridad de que él estaría en condiciones de saber el hombre de cada buitre que, cada uno en la respectiva balma de su escondrijo calizo, observa con la serenidad del depredador al peregrino que surca senderos sorianos camino de Muriel a fin de abrevar en su Fuentona. Cada piedra, cada hito, cualquier enebro (y no sabina) en los campos y páramos de Soria, parecen traer al espíritu de Clemente un nombre propio. La Sierra de la Demanda es otra cosa si se mira a través de los ojos de este soriano insigne: a lo lejos, San Lorenzo, Urbión y Munialba. Más abajo, pero bien alto, todas las lagunas de Neila : la Cascada y la Larga.
No sé si es melifluo lo que cuento, si por fortuna acierto a distinguir todo aquello que me impresionó de Clemente Sáenz Ridruejo. No lo sé, pero lo intento. A lo mejor san Baudelio, a quien los prerrománicos dedicaron una capilla soriana a cubierto de la ruta seguida por el hachib, ha venido en mi ayuda para que en mi inmensa modestia hubiera podido sintonizar con la inmanencia de Clemente, quien fue primero profesor, luego compañero y finalmente -¡qué suerte la mía!- amigo. Por eso, en este momento tan triste me acuerdo de las malvas amables que juntos observamos en el diminuto cementerio de Rello, ya en el páramo soriano, ausente de su desmochado castillo y bajo el rótulo: "el rollo de Rello es de hierro; de hierro es el rollo de Rello"¿qué es esto, Clemente, símbolo, picota u horca? Gracias por haberme aceptado como amigo. De ello presumo. Que Dios te tenga en el lugar que has merecido..

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