Vaya muy por delante mi emocionada gratitud ante lo que hoy es un hito nacional. Me refiero al solemne Pacto al que llegan los dos principales partidos de nuestra plural España en relación a ese tope de gasto administrativo tan necesario. El cómputo cardinal de tan feliz encuentro presumo que alcanza un porcentaje aplastantemente mayoritario. Muy suficiente y determinante en toda regla. Por todo ello, dentro de las limitaciones que mi caletre padece, no soy capaz de ver nada más allá de las enérgicas protestas nacionalistas que un pataleo muy acorde con las condiciones guerreras a que los partidos nacionalistas estaban acostumbrados. Y encaprichados. Lo cierto –por aquello de que soy político- en alguna ocasión he sido requerido por nobles ciudadanos para que explicara el porqué de la oposición tan feroz de nacionalistas (también de los restos de IU) a ese Pacto de PSOE y PP. Mi respuesta, en todo caso, ha sido: no sé. Lejos de someterme a la maldad de mis vergüenzas, reconozco que no he visto más justificación contraria que la de ese melifluo (y, sorprendentemente, bien considerado) Josep Antoni Durán i Lleida expresa, desencantado, que, más o menos, bonito lo que le espera a España por no haber contado con los catalanes, esos ciudadanos que han propiciado una gobernanza nacionalista sutil que tiene a España, en su conjunto, por rival. Lo dice en un tono tan amenazante que dan ganas de darle todo el Senado, con traductores locales y todo, para que le saque partido a esta figura tan distanciada de su función más prevalente: Cámara de las Regiones. Ahí deberían quedar sus cursis admoniciones El vasco, Josu Erkoreka (más o menos ó ¿es kara la kakatúa?) ha mostrado, también, su enérgico e independiente rechazo a mi pacto favorito. Y no digamos nada del calificativo con el que este futuro jubilado de la política, ayer comunista íntegro, hoy martillo de la democracia, que es Gaspar Llamazares, que se ha permitido (con dos güebos) considerar a los diputados socialistas como ‘borregos’, si votaran a favor de este Pacto. Y se quedan tan orondos, tan satisfechos, al igual que la guerrera Rosa Díaz, si bien ésta sitúa, con claridad, el énfasis centrista en quedar al margen de acuerdos tan globales (en los partidos centristas hay que llevar cuidado con lo que se dice pues, siendo el centro una línea tan difusa, se corre el peligro de perder espacio. Yo esto lo entiendo, siempre y cuando tal actitud no los lleve a la recurrente medida de ‘mi grupo se abstiene’, como ya pasó hace algunos años, no muy lejos de aquí).
Desde el punto de vista ciudadano, la observación de un pacto entre los grandes partidos para hacer frente a situaciones caóticas es lo mejor que puede desearse para que el desvaído sistema democrático se tenga en pie. Y, en fin, ¿no parece lógico que, tras tres años de crisis, se tome una medida como la que se propone para que salgamos con vida cuanto antes? Mi opinión (¿generalizada?) es que sí. Y sin referéndums, ¿para qué, si la mayor parte de la mayoría estamos de acuerdo?
La verdad, sept 2011