Existen otras cuestiones cuya puesta en escena me dejan en el limbo de los trasnochados. Veamos. No hace mucho se celebraba una solemne boda de un alto dirigente comunista con una respetada dama de la sociedad murciana, eligiendo como lugar de celebración un templo católico. Me cuentan, me dicen, yo no estuve allí, no lo sé, que se improvisó una para-homilía a cargo de la legendaria militante comunista Elvira Ramos, quien parece que expresó los fundamentos marxistas con laicidad suficiente ante toda la congregación de fieles y militantes que ocupaban el templo. También, dicen, que tras la celebración se entonó, no sin cierta emoción, la Internacional. Pues muy bien, ya tenemos una manera de interpretar el modo religioso bajo un fuerte carácter laicista porque esto es lo que necesita la España unitaria, la España en absoluto bizantina y cuyos derroteros no van por el camino del blanco sobre negro, ¿o no?
Creo que forzosamente me he convertido en un anticuado hostil y montaraz renunciando al progreso que iniciativas políticas estiman como oportuno, porque no estoy dispuesto a renunciar al conjunto de valores mediante los cuales estimo cuál debe ser mi comportamiento ético en medio de la sociedad. Mi conciencia no puede admitir la intrusión política y legal en cuestiones morales que no son precisamente objeto de legislación, tal es el caso de admitir la adopción a parejas homosexuales. Hace poco menos de un mes he tenido noticia de un hecho impresionante: una madre sordomuda ha sido condenada a cuatro meses de prisión por haber propinado un exagerado bofetón a su hijo puesto que, legalmente o más bien por estimación del propio juez, el daño psicológico y la frustración producida al niño merece este castigo. Al tiempo, un juez ha sido condenado muy duramente por haber obstaculizado el proceso judicial que debería otorgar la adopción de una niña a una pareja de mujeres lesbianas. Dejando de un lado que la obligatoriedad de los funcionarios públicos es aplicar la legislación pertinente que deviene de la normativa legal, lo cierto es que admitir que un niño con dos padres o dos madres va a estar menos sujeto a inestabilidad emocional que aquél a quien se ha propinado un fuerte pescozón, me resulta inadmisible porque es de muy difícil asunción intelectual. Como lo es lo que mi modo de ver es una salida de tono impertinente: la del fiscal jefe de la Audiencia Provincial quien en el transcurso del juicio a que fue sometido el juez Ferrín Calamita le preguntó sí la homosexualidad es un virus contagioso. Impropia pregunta, Don Manuel. No es contagiosa, ni siquiera es una disposición biológica malvada en absoluto, es una condición sujeta una serie de estereotipos que naturalmente influyen en lo que tienen alrededor. Es lo mismo que me pasa a mí, que como no he nacido en Vigo pues no soy del Celta y sí lo soy del R. Murcia puesto que mi padre lo fue y nací entre limoneros. Dispongo de pocos recursos para entender que los traumas psicológicos de los niños sean originados más por cogotazos indiscriminados propinados por los padres y no por situaciones originales de una pareja monoparental recogiendo a su hijo a la salida del colegio.
Cuando afortunadamente la homosexualidad dejó de ser (por razones políticas) un delito, para ser considerada una condición más (gracias a decisiones políticas acertadas) nos encontramos con resultados que ponen la conciencia de algunos en el brete de hacer sentirse a sus poseedores unos supuestos ‘carcas’ a los ojos de quienes legislan impunemente a favor de unos pero en contra de muchos. Y, en resumidas cuentas, permítaseme proclamar mi intolerancia a qu loas parejas homosexuales puedan adoptar niños en igualdad de condiciones que las heterosexuales.
Mientras, todavía los pastores van a Belén y los Reyes Magos vienen de Oriente, al menos este año. Feliz Navidad.