jueves, enero 31, 2008

EL BICHO QUE PICÓ AL TREN




Los medios de comunicación se hacen eco de lo que el denominado Comité de Expertos sobre la sequía ha dictaminado acerca del asunto de las desalinizadoras. La mayoría de las personas interesadas en esta cuestión -tan dramática- del agua toman en consideración todo el conjunto de esas determinaciones para concluir que, en efecto, la desalinización no ofrece ni de lejos oportunidades razonables para el desarrollo de una Agricultura tan avanzada como la existente en el Levante español.

Fuera de toda tentación prepotente y ridícula, el abajo firmante puede asegurar que no necesita las conclusiones de tal y sesudo Comité para dar por supuesto que eso de la desalinización es cuando menos una broma pesada para la Agricultura. Mi condición de entendido en la materia (y no experto, desde luego) ha tenido desde junio de 2004 la convicción científica de que el coste de producción de un metro cúbico desalinizado es como mínimo el doble del que pudiera esperarse sí el trasvase del Ebro se hubiera llevado a cabo. En efecto, de acuerdo Bernouilli (cualquier estudiante de primero de Escuela Técnica lo sabe) las presiones que actúan en un punto son función de la altura y de la energía cinética. Según esto, la altura geométrica máxima a la que habría de elevarse el agua procedente del Ebro estaría en torno a los 800-900 metros, lo cual supone aproximadamente una presión de 80-90 atmósferas. De otro lado, la presión necesaria a que deben someterse las membranas osmóticas en una desalinizadora es de unas 70-75 atmósferas. Teniendo en cuenta que lo mismo que cuando sube el agua necesita aporte de energía, cuando baja produce (¡¡) energía. La sabia combinación de horas punta y horas valle en la explotación del trasiego de agua ofrece la posibilidad de recuperar una parte importante de la energía consumida en la elevación de los caudales. La desalinización -hoy muy avanzada- no permite esa recuperación por razones obvias y, además, dado que la ubicación de las fábricas de agua se sitúa a cota cero (nivel del mar) es preciso un consumo adicional de energía para disponer el agua a 250 metros, que aproximadamente es la cota media de la superficies de regadío en nuestra Región. Ya lo sabía, y lo sabe la ministra del MMA, quien además de lista y exigente es claramente la peor enemiga de esta Región porque si no, ¿de dónde su pérfido silencio ante explosiones tan vomitivas como la de Martínez Guijarro, ministro excelso de Castilla-La Mancha al afirmar que los murcianos somos insaciables y no nos conformamos incluso si tuviéramos además del Mediterráneo, el Cantábrico y el Pacífico (y la madre que parió a todos los frescos políticos que nos extorsionan de manera evidente en el asunto del agua)?, ¿por qué no nos defiende Narbona si sabe perfectamente que los números hidráulicos de Murcia son los mejores de España en cuanto eficiencia, ahorro, reutilización y altos precios?
Y, ¿cómo puede admitir el juicio repulsivo, más propio del estalinismo más cruel, del ecologista Martín Barajas que se permite afirmar por ejemplo algo así como “la presa de Finisterre es la obra más grande y la más inútil. No funciona para nada y no recoge agua porque se calculó mal en su día”? El silencio sectario y su actitud habitual son como la del bicho malo que picó al tren. La hidráulica -y sus ejecutores, los ingenieros de caminos- es la mejor aliada para la Ordenación del Territorio y para que la vida cotidiana no sea una constante tragedia sometida a sequías, inundaciones y episodios de desabastecimientos urbanos. Por el contrario, quedar a expensas de los criterios conservacionistas a ultranza sería desalentador. Y para terminar, el vergonzoso anuncio del traslado de agua desde Almería a Barcelona en plan naval constituye la medida más pintoresca que pudiera darse con tal de no tocar una pequeña parte del vertido del Ebro al mar. Ya sólo faltaría que a esta propuesta naval se uniera otra de corte aeronáutico consistente en traer el agua de la Luna, pues en la Expo[1] de Zaragoza el pabellón de la China tendrá por uno de sus lemas el siguiente: “El agua en la Luna y en China y el futuro”. La noticia es que hay mucha agua en la Luna, pues a por ella.
La actual política sectaria de los asuntos hidráulicos supone el mayor camelo gubernativo de la España democrática, pues el conjunto de disposiciones normativas en la materia, en lugar de perseguir la protección del interés general, ha tenido por objeto satisfacer los deseos (distorsionados por discursos políticos interesados) de determinados colectivos territoriales. Así las cosas, ¿quien puede escapar de la tristeza intelectual que todo lo anterior provoca?
JUAN GUILLAMÓN.
LA VERDAD, enero 2007.

[1] En la EXPO, además de estar controlada la intervención de expertos no afines, queda prohibido el uso del vocablo ‘trasvase’.

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